Amor de carnaval. ®.



Amor de carnaval. ®.
Novela corta. 
Del libro Ámbar y Jazmín. Tomo I.
Jorge Ofitas



PERSONAJES DE LA OBRA

José Roberto. (Guakimachi)
Paolo da Norte. (Paolo)
Yulia Esmeralda. (Julia)
María da Silva. (María)
El prensita. (Vendedor de periódicos)
Redactor jede del Diario del Sol.
Gato Rabioso. (Gato Rabioso)
Marinao. (Marinao)
Carlos da Silva.
Joao Anastasio.


SINOPSIS

 Amor de carnaval”, nos acerca a un periodista brasileño, apodado Guakimachi, que escribe sobre el carnaval en el Diario del Sol, un mo­desto periódico de la capital. Guakimachi, se enamora de Julia, una bella mujer casada, dueña de un hotel de la playa. Este relato, es de tinte carnavalesco, cómico romántico, intrigante, periodístico y algo poético.




El patio de murallas. ®. 
Poema
(Puedes escuchar este poema recitado al final de la novela)

El patio de murallas,
Huele a naranjos en flor.
Y aunque aún no es primavera,
Los copos de nieves amaneran,
A la blanca esperanza.

Cómo el que porta luz de vela,
Deambulando a ciegas,
Por el descansillo del sin vivir,
Y ser sabio quisiera,
Para evitar el sufrir.

Pues la noche engalanada,
Deja entrever las estrellas,
Sin poder acariciarlas,
Debemos besar bajo ellas.
También podemos soñarlas,
Por la noche ciega.

 Por la noche ciega bailaba toda aquella multitud, danzaban algunos sudorosos, otros pecosos, morenos casi todos, rubios codo con codo y otras razas disfrazadas de amores nuevos algunos, de promiscuos  otros olvidados, más casi todos seguían bailando al ritmo de los tambores antiguos...

 Guakimachi paró de bailar y se refugió en un callejón sin salida de la avenida plantada de palmeras engalanadas, de una tasca cercana provenía unas notas aéreas que silbaban la chica de Ipanema; “Mira que cosa más linda tan llena de gracia”...

 

-         Estoy muy feliz esta noche.

-         Amigacho, bebe un poco de caipiriña y consuélate.

-       ¡No tengo motivos para consolarme estoy más feliz que tú!

-       Te conozco desde que eras niño, no puedes engañarme.

-       “Mira que cosa más linda tan llena de gracia”...

-      No la mires, es la hija del dueño del hotel de la playa, y es un poco tonta, además está casada.

-       Pues siempre la veo sola.

-       Le gus­ta pasear en carnaval.

-       ¿Dónde va?

-       No lo sé todo Guakimachi, toma bebe un poco y sigamos bailando en el desfile, la noche es estrellada y calurosa y tú solo piensas en morir antes de tiempo y por carnavales lo que es un verdadero sacrilegio.

-       Yo consideraría morir por ella querido amigo un auténtico sacrificio al más puro estilo romántico.

-       Vamos, la noche se nos va.

-       Como desees, amigo mío, como desees...

 

Al doblar la esquina se confundieron con el jolgorio feliz de la multi­tud. Más él no la volvió a ver.

 

-       No la busques habrá vuelto a su hotel a esperar a su marido.

-       ¿Por qué sabes tanto?

-       Sirvo allí desde hace años. ¿Por qué sonríes?

-       Son buenas noticias supongo.

-       Ni lo sue­ñes. Y si no te olvidas de ese asunto de faldas, pensaré que necesitas beber mucho más, mucho más.

-       ¡De acuerdo asunto cerrado, baile­mos, votemos, dancemos y bebamos hasta el amanecer al ritmo de tu brebaje indio!

-       Este sí es mi amigo...

 Por la mañana los servicios de limpieza de la capital urdían las calles y avenidas retirando las sobras y los adornos serpentines, ahora faltos de luz y amor bailarín. Guakimachi tenía un pequeño ático cerca de la playa, cada día escribía un artículo en el Diario del Sol y aquel nuevo amanecer no despertó cariacontecido por tener que fichar a justa hora, pues era uno de sus días libres, tenía el encargo del periódico de hacer un informe de las fiestas carnavalescas, pero la resaca monstruosa mezclada con las notas de la chica de Ipanema no le dejaban abrir los ojos para llegar al botiquín y coger algo “milagroso” para reponerse e ir a las calles a tomar notas y encuentros con destacados miembros del ámbito carnavalesco...

 Paolo lo estaría esperando en el Café de la Mar y apresuró su sali­da, algo repuesto y aseado por supuesto:

 

-       Buenos días Guakimachi.

-       Buenos días, ¿tienes mi ejemplar?

-       Claro. ¿Viste lo de anoche?

-       Oh, aún tengo agujetas y caipiriña por este cuerpo.

-       Esta mañana a la amanecida una chica se quedó mirando a tu ventana.

-       ¿Cómo dices?

-       Si, y creo que sé quién es.

-       Pues aligera que me salgo de mí.

-       No, disculpa, no recuerdo, ahora su nombre, pasea mucho por la playa.

-       Vaya. ¿Y cómo era?

-       Una preciosidad, demasiado para ti.

-       Cuando lo recuerdes dímelo. Ciao Prensita.

-       Ciao Guakimachi.

 Paolo no había llegado cuando algunos ya jugaban a voleibol en la arena playera del amanecer. Por el camino fue bebiendo un café negro mientras pensaba sobre el artículo semanal. Se sentó cerca de la espumilla Atlántica, los sones de la samba nocturna lejana aún co­rrían por el aire, el Sol no calentaba demasiado y no tenía ganas de escribir, aun así sacó su libreta y anotó detalles del primer día de fiesta. Cómo periodista no podía eludir la curiosidad intrigante que corroe las entretelas y pensó en esa mujer que había estado mirando a su ven­tana. Tal vez solo fuera una de sus amigas perdidas en la noche que no encontraron un sitio para dormir, en tal caso el prensita se lo habría dicho. ¿Quién podría ser?

 

-       ¡Eh Guakimachi! ¿Te hace un partido? Tres para tres.

-       Espera, termino de tejer un párrafo, me vendrá bien. ¿Contra quién jugamos?

-       Tú, mi primo Marinao y yo, contra gente del hotel.

-       Ok, Paolo.

 Su amada ciudad tenía un alto índice de pobreza y demasiados ricos amon­tonados en suite de lujo, menos más que el fútbol, las bellas mujeres y la samba, aliviaban en parte aquella realidad cochambrosa y vergonzo­sa.

 

-       ¡No pienses más! ¿Sabes Guakimachi? Creo que le das demasia­das vueltas a las cosas que no tiene solución, venga, saca tú.

-       Vale, vale, calla ya. ¡Cógela!...

-       Somos demasiados viejos para esto.

-       En este país nunca se es demasiado viejo para jugar a fútbol, aunque sea con una lata.

-       ¿Sabías qué esto del fútbol comenzó con cabezas humanas como pelota?

-       Uy. ¡Bien Marinao! 1-0. ¿Cómo decías? Mira quién viene por ahí la hija de mi jefe.

 

Guakimachi se puso de rodillas y mirando al Sol comenzó a hacer gestos como lamentándose.

 

-       Ni se te ocurra mirarla, su marido es celoso y tiene muy mala leche. Viene ha­cía aquí.

-       ¿Has visto esos tobillos hundidos en la espuma blanca? Me muero.

-       Ya lo sabía se te ve en la cara. Buenos días señora.

-       ¿Puedo jugar con ustedes?

-       No creo que sea buena idea.

-       ¿Tú eres Paolo?

-       Si Señora.

-       Todos trabajáis en casa de mi padre, ¿no es cierto?

-       Si Señora.

 

Guakimachi se hacía el tonto, mientras los del otro equipo esperaban para sacar de centro. Entonces fue hacia él y le dijo algo:

 

-       Hola, a ti no te conozco, me suena tu cara.

-       Bueno, trabajo en el... – Paolo interrumpió- 

-       Creo que es hora de ir a trabajar, nos vemos luego Gua­kimachi.

-       ¿Guakimachi? ¿Así te llamas?

-       No, pero es igual, puedes llamarme así. ¿Y tú?

-       Debo irme, me esperan en el hotel – Concluyó algo indiferente la bellísima -

 

Lo miró con medio rostro vuelto hacia él mientras su pelo volteado se reflejaba en su mirada natural y preciosa. El redactor se quedó con su corazón rapidillo y la bola de cuero bajo su planta, Paolo sonrió al lejos mientras caminaba con sus compañeros de trabajo por la orilla juguetona, la hija del jefe les conminó a que la esperasen.

 ¡Menuda hembra! Se dijo. Sacó su pluma pre­ferida y la colocó al trasluz atlántico mientras le hablaba a su cuaderno; deberíamos escribir algo sobre ese ángel, ¿lo oyes bolígrafo? ¿Y tú libreta? Ya sé, ya sé que no me responderéis y marchó a su casa con la idea de escribir algo más del mediodía, luego iría al Café de la Mar a visitar a unos músicos de samba, debía recoger unas entradas para una fiesta nocturna.

 El vendedor de periódicos apodado el prensita ponía en orden unas revistas de moda cuando lo vio llegar.

 

-       Dime, prensita. ¿Estás seguro lo de esa mujer mirando a mi ventana?

-       Sabía que volverías a preguntármelo, Guakimachi.

-       ¿Qué aspecto tenía?

-       Pobre, sin duda era una persona pobre. Aunque muy bella.

-       ¿Estás seguro que nunca la viste por aquí o en mi compañía?

-       No seas así, sabes que me sobran neu­ronas y en carnavales se me multiplican. No, nunca la he visto, bueno creo que alguna vez la vi pasear por la atardecía, pero estoy casi seguro que es de la aldea.

-       Está bien, si vuelves a verla me telefoneas, toma, carga tu tarjeta con este billete.

-       Vaya, debe interesarte.

-       Voy arriba, luego bebemos café.

-       Ok Guakimachi...

 “La ciudad respira música de tambores antiguos y ritmos afrodisía­cos. No puedo sino imaginar amor sudoroso y brebaje glorioso entre bocas torcidas y cinturas bailonas”...

 Escribía esto, cuando de repente sonó su teléfono del escritorio.

 

-       ¿Sí?

-       ¿Es usted José Roberto?

-       Si.

-       ¿Periodista del Diario del Sol?

-       Si. ¿Quién es?

 

Quién fuese colgó de inmediato. Estaba habitua­do a esos desplantes telefónicos, un buen periodista siempre lo está, tras esto, siguió escribiendo con pluma recién enamorada:

 

“El desfile de este año se supera a sí mismo. Las escuelas cada vez instruyen mejor, pero que puede decirse de una música que sale del corazón. Quién tiene la llave maestra para amansar la sangre, nuestra sangre. Me enamoro de ti, de vosotros, este año aún más”.

 

Paró su mano y miró al teléfono, pero no volvió a sonar aquella mañana, dejó lo que había escrito sobre la mesa y se dio una ducha lisonjera, pensaba en ella y en porqué la chica preciosa del hotel de la playa no le había dado su nombre si bien podría preguntár­selo a Paolo. Miró al crucifijo que colgaba de la pared. ¡Eh! ¡Soy Jesús en la voz de tu conciencia! No puedes desearla es mujer del prójimo. Ayúdame tú, se dijo, porqué va ser difícil no pensar en ella, además nunca cumplí los mandamientos de esa manera tendrás que perdonarme esta ocasión, se decía mientras terminaba de secarse. La voz de la conciencia programada y el amor mismo. ¿Con que nos quedamos? Antes de salir de su casa volvió a mirar el crucifijo y excla­mó;

 

-       Jesús. ¿Pero tú las has mirado cómo yo?

 

Qué Dios me perdone y bajó las escaleras algo apresurado, el prensita daba voces desde la calle para invitarle a un café negro de la tierra. “Mira que cosa más linda tan llena de gracia” tarareaba, mientras recordaba el vuelo salino y verdoso de su melena y aquellos ojos cómo la mar.

 Joao Anastasio le dio aquellas entradas para la fiesta. Estuvo plati­cando con él sobre el colorido del carnaval y la samba, bebieron algo más fresquito que el café, tras las cristaleras la playa se exhibía como era costumbre, repleta de turistas y mujeres bellas, buscavidas y mu­chos deportistas. Estaban ambos orgullosos de ser de allí.

 

-       ¿Qué te pasa hoy chico? ¿Noto un vuelo en tu mirada?

-       Tal vez haya encontra­do el artículo perfecto este año.

-       No, no. Eso no es. Hay algo amoroso que no contaste. Y sonrió.

-       Debo irme, aún no tengo el disfraz adecuado y una compañera de fiesta.

-       Oye, mi primita es muy legal. ¿Quieres que te la presente? Está justa­mente allá enfrente en aquel partido de “vóley playa”.

-       Te llamaré más tarde y huyó nuevamente.

 

Seguido esto su móvil sonó, era el pren­sita.

 

-       Esa mujer está dando vueltas por aquí, me he acercado para preguntarle si podía ayudarla en algo y ha salido como despavorida, llevaba el miedo en su mirada.

-       ¿Y ya está?

-       Si ya está.

-       Gracias de todas formas, nos veremos luego.

-       No yo ya me voy, te veré al ama­necer si es que consigues evadirte en la fiesta…

-       Ciao, prensita.

 Está bien, debo tranquilizarme no es la primera ni la última que al­gún desesperado va en busca de un columnista para que le ayude en algo que las autoridades no quieren ver, gente que no tiene en quién confiar, como si fuésemos salvadores de la nueva era, no quiso ar­chivar el asunto hasta no tener evidencias de quién podría ser, para entonces, su programa de noche estaba más que planeado, una cena informal en un hotel de la playa y una fiesta al más puro estilo de car­naval con posterior salida a las calles y garitos. Buscó en su agenda el nombre de alguna amiga o compañera pero estaban comprometidos y Celia Parker, amiga fiel para los “desavíos” había encontrado por fin la felicidad junto a un tramoyista bebedor de ron y amante de los traseros anchos y pezones como el anillo de Saturno. Miró su reloj, el sol había alcanzado su lugar más álgido y decidió degustar un poco de marisco en el balcón de un restaurante propiedad de un amigo.

Muy cerca de su apartamento estaba situado el hotel donde Paolo se ganaba la vida, aunque nunca imaginó que fuese allí, tan cerca de esa extraña mujer, sencilla y bella como las noches apacibles. Tras concluir el vino y coquetear con una madame escotada que accedió a irse con él, se marcharon a una habitación lujosa con climatizador donde estuvieron liados con caran­toñas, licores y, a lo mejor de te dejo comerme, hasta bien pasadas las seis de la tarde, luego salió disparado con la hora encima, aunque con la compañía para la noche solucionada, más tarde ella le llamó para anular la cita aduciendo un compromiso ineludible. Las cosas de no ser guapo del todo se dijo y se sentó mirando el mar desde su ventanal con güisqui, buscando la excusa perfecta para eludir el compromiso, a esos sitios todos iban emparejados o con un amigo. Justo cuando faltaba una hora para la cena comprobó medio sorprendido que la cena era en el hotel de Paolo y su motivación pasó de cero a cien en pocos segundos. Miró sus trajes, corbatas y zapatos y hasta rebuscó en su joyero algún reloj de muñeca que no desentonara, mejor una excusa sin pareja que no asistir, no podía dejar abandonada a toda esa gente cargadas de preguntas, además, tras el postre casi todos estarían co­locados y enmascarados. Ahora más que nunca necesitaba un buen disfraz. ¿Estaría ella en la cena? Y si así fuese, su marido también. Terminaba de vestirse cuando su teléfono sonó.

 

-       ¿Es usted José Ro­berto?

-       Sí, no cuelgue por favor.

-       Si está interesado en algo que ten­go que decirle venga a la aldea sobre las doce, a la altura de la fuente rota, es la noche perfecta todos estarán disfrazados y ebrios, traiga un disfraz, la vida de personas está en juego... Y colgó.

Miró en su ca­jón, el revólver para ocasiones límite estaba cargado y dispuesto, aunque nunca lo había llevado encima, así que no lo cogió y salió para la playa pensando en ella, hasta se untó un poco de perfume italiano, por unos instantes le pareció patético aquel cambio, que reacción química habrá despertado en mí esa Venus dibujada por la luna, ¡olvídala te ordeno! Pero quién puede amansar la sangre antigua cuando el amor inyecta su veneno con tambores de mar y sabores eternos.

 

-       ¡Eh Guakimachi!

-       Tú otra vez.

-       ¡Me das unas monedas! ¡Es carnaval!

-    Anda, toma ve y pásalo bien. ¡Y no te metas nada! Le solía costar, soltar algo para la escudilla.

 

Marchó caminando pausado y algo nervioso, tendría que dar una explicación convincente ante la ausencia de acompañante supuso que Paolo estaría por allí lo que podría servirle de ayuda. Divisó una pareja que charlaba frente al mar en la entrada del hotel, sin duda era ella con su marido. Intentó cruzar el umbral.

 

-       Buenas noches, creo que nos conocimos esta mañana. ¿Guakimachi entonces?

-       Disculpe es un apodo de cuando joven mi nombre es José Roberto, entonces in­tervino en la conversación el marido. –

-       Columnista del Diario del Sol. ¿Me equivoco?

-       Oh no. Así es, él le tendió la mano.

-       Soy Carlos da Silva.

-       Encantado.

-       Bueno creo que nos esperan para cenar.

 

Se sentía en su fuero interno como un niño, ese hombre era mucho más apuesto que él y ella, ella era algo más alta. Se veía algo ridículo físicamente hablando y aunque no era para tanto ese intenso sentimiento que le cubría el ser le hacía sentirse algo acomplejado aunque a la vez también un gigante capaz de todo.

 

Casi todos iban disfrazados y algunos ya estaban tocados por la cai­piriña y el ron con limón, Celia Parker andaba por allí con su tramoyista enamorado y lo abrazó semidesnuda.

 

-       ¡Vendrás con nosotros a bailar samba!, ¿no es cierto Guakimachi?

-       ¿Tú eres el afortunado?

-       Es un honor, Celia me ha hablado mucho de ti.

-       El honor es mío...

 

Todos los que tenían que estar se acomodaron en una amplia mesa para unos cincuenta comensales que se instaló frente al mar en un recinto al aire libre rodeado de bellas palmeras, la música llenaba los corazones y sin poder terminar de creerlo ella lo miraba con los ojos cristalinos, era una mirada que no podía creer, su esposo mientras tan­to charlaba risueño con una amiga de ambos muy elegante que lleva­ba un imponente sombrero de carnaval y estaba algo alegrada por el ambiente. Paolo llegó con una bandeja de mariscos y vino blanco susurrándole al oído:

 

-       Ten cuidado, si te pilla observándola te aniquilará. Adiós mi Guakimachi.

 

Entonces tras el último trago se acordó de la cita en fuente rota con aquella extraña mujer, serían las diez y media cuando todos se levantaron para subir a la suite donde tendría lugar la fiesta, para entonces ya estaba convencido que la amaba, o estaba enamorado, o tal vez fuese la bebida y la samba, ni él mismo sabía con certeza lo que sentía por aquella extraña mujer que no se apartaba de su pareja pero que lo miraba entre los hombros y los “culazos” bailari­nes. En una de las ocasiones que se acercó al bar para pedir ron con limón a Paolo, ella llegó a pedir una copa y le miró de reojo risueño.

 

-       Hola.

-       Hola, que tal, preciosa noche de carnaval.

-       ¿Nos acompañará a las calles?

-       Creo que no, tengo un trabajo que hacer a media noche.

-       Podríamos coincidir cuando termine su labor.  - exclamó mirándolo con media sonrisa. –

-       No lo sé y se perdió en su mirada.

-       Eh Guakimachi, tu Ron. – Ella le tendió la mano y dijo.

-       Hasta luego entonces. Espero volver a verte…

-       No sé, contestó Guakimachi algo bloqueado y medio embobado…

 

Ella volvió el rostro cuando se marchaba igual que en la mañana.

 

-       Te van a matar Guakimachi, lo estoy viendo venir.

-       Ya me da igual. ¿Has visto esa mirada?

-       ¡Venga ya! Ella es muy dulce con todos, no bebas más.

-       Creo que debo irme.

-       Vaya que pena, pronto terminaba, pensé que nos uniríamos al grupo.

-       Tengo algo importante que hacer Paolo.

-       Coge esta tarjeta, aquí estaremos a partir de las dos.

-       Ok, intentaré estar…

 

Cogió un taxi, fuente rota estaba a media hora en coche, miraba las luces de la ciudad mientras oía la música del coche, entonces ocurrió algo inesperado, cuando iban llegando el coche se paró en medio de un camino casi abandonado, al lejos se veía la cuesta que llevaba a la aldea.

 

-       ¡Qué ocurre!  - Exclamó el periodista contrariado al conductor –

-       No se preocupe lo arreglaré, no se preocupé, lo siento señor.

 

Su reloj marcaba las doce menos cuarto de la noche, hasta las doce y media no terminó de arrancar el vehículo de transporte público.

 

-       No le cobraré nada, lo siento.

-       ¿Puede darse prisa por favor? Es algo muy urgente.

 

La plaza de fuente rota estaba desierta lo que le contrarió.

 

-       Tenga mu­cho cuidado, no se adentre demasiado en las casuchas, repuso el ta­xista antes de abandonar la zona derrapando y dejando tras de sí un espolvoreo.

 

Una mujer de aspecto sombrío con no más de cuarenta años se acercó a él, nunca la había visto antes.

 

-       ¿José Ro­berto?

-       Yo soy.

-       Soy María da Silva.

-       No veo a nadie disfrazado, ni gente bailando.

-       Debería saber que la gente está en la ciudad, lo dije para que no se atemorizase, ya sabe los rumores que corren acerca de estos barrios.

-       ¿Qué quiere de mí?

-       Acompáñeme.

 

Guakimachi la siguió por unas estrechas calles de casas de chapa y techos de uralita, latón y ventanas tapiadas, se oían conversaciones agitadas y violentas, pero también un silencio de fondo estremecedor. La noche parecía allí más oscura y tétrica

 

-       No se aparte de mí.

-       No lo haré.

 

Transcurridos unos quince minutos entraron en un callejón donde había una pequeña nave industrial, ella entonces le conminó a que mirase por una ventani­ta. Cuando el periodista miró vio una estancia llena de bebés y niños pequeños, había dos cuidadoras y un hombre de aspecto descuidado sentado en una mesa con una radio, cigarrillos, una botella y ojeaba un periódico.

 

-       ¿De qué se trata?

-       Mi hijito está ahí dentro, lo tuve que vender para mantener a otros tres que tengo pero ahora estoy arrepen­tida, tiene que ayudarme.

-       Pues devuelva el dinero.

-       Ellos nunca lo devuelven.

-       ¡Y que pretende que haga yo!

-       Ella me dijo que usted me ayudaría.

-       ¿Quién es ella?

-       La mujer para la que trabajo, limpio en su hogar dos veces en semana.

-       Creo que alguien la ha informado mal.

-       Ella lee todos los días su columna en el Diario del Sol, me dijo que usted podría denunciar esto en la prensa.

-       Oiga, oiga, si esta gente se entera me matarán, lo siento, yo solamente escribo cosas triviales sobre la gran ciudad. – La mujer empezó a sollozar.

-       Coja este pañue­lo. Dígame el nombre de esa mujer para la que trabaja.

-       La señora Julia, ella dijo que usted me ayudaría.

-       No conozco a ninguna señora Julia y lo siento pero esto tiene la pinta de ser tráfico de menores, será mejor avisar a la policía ahora mismo.

-       ¡No! No haga eso entonces nos descubrirán ellos tienen a alguien dentro.

-       Lo siento María, de verás pero esto se me queda grande, primero, en caso que quisiese escribir un artículo denunciando esto, ya sabe lo que me ocurriría, segundo mi jefe no me dejaría publicarlo y tercero veré lo que puedo hacer, será mejor que nos marchemos de aquí aprisa.

-       No lo entiende. ¿Verdad? Mañana algunos de ellos ya no estarán aquí, alguien viene todas las noches para llevarlos a otro sitio

-       Ahora no puedo pensar, tendrá que esperar a mañana.

-       Ella se equivocó con usted, dijo que me ayuda­ría.

-       ¡Entiéndame! ¡No sé quién es ella! ¿Lo comprende?

 

La mujer salió a correr sollozando y dejando a Guakimachi a solas en aquella penumbra, de pronto la puerta metálica de aquel local se abrió, enton­ces se ocultó tras unas chapas.

 

-       ¡Quién anda por ahí!

 

Vio al hombre del interior que portaba un revólver, ojeó y volvió a cerrar, echó a correr con todas sus fuerzas hasta la fuente rota, medio oculto llamó a un taxi que tardó casi una hora en llegar, las ganas de carnaval se habían vo­latilizado y muy pronto estaba tumbado en su cama mirando el mar por la ventana con una buena copa y un poco de música de samba lenta. – Sobre las tres el teléfono volvió a sonar.

 

-       ¡Eh Guakimachi! ¡Dónde estás!

-       En mi casa, Paolo, no me encontraba bien.

-       ¡Venga amigacho! Entonces alguien quitó el auricular a Paolo.

-       Hola, te acuerdas de mí.

-       Claro, que tal la fiesta.

-       Estamos en la dirección de la tarjeta, porque no se anima, Paolo y los demás preguntan por usted, en ese instante Paolo acercó su boca al micrófono y empezó a susurrar; “Mira que cosa más linda tan llena de gracia” Ahora estoy seguro que te matarán, je, je…

-       Estamos muy alegres, Guakimachi, dijo ella quitando de nuevo el móvil a Paolo.

-       De verdad que lo siento, señora,  esta noche he tenido trabajo y me siento algo cansado, debo escribir algunos párrafos, la verdad.

-       Bueno, espero que venga mañana a visitarnos al hotel, ciao buenas noches y que se reponga. Le paso con su amigo;

-       Ya se ha ido, tonto, su marido ha salido en un vuelo hacia Europa y me ha pregunta­do por ti dos o tres veces, le dije que también eras poeta.

-       Ciao Paolo, no bebas más,  mañana te veré...

 

El asunto de aquellos niños le había sobrepasado su corazón se colapsó cuando oyó aquella voz tan bonita, de todas formas ya había puesto en marcha su maquinaria sentimental para olvidarla, tenía como premisa no liarse con mujeres casadas y aunque ella parecía tan sensible, culta y educada, no estropearía un matrimonio, no lo haría, aunque estaba casi seguro que podría ser el amor de su vida no rompería ninguna relación aunque se rompiese su alma…  

 

Muy temprano se presentó en la redacción del periódico a sabiendas que casi to­dos estarían sobando, menos su redactor jefe que se sorprendió al ver­le.

 

-       ¡José! ¡Qué haces por aquí tan temprano, hombre! Te encargué un trabajo para la semana.

-       Tengo que hablarle jefe.

-       Uy, veo algo en tus ojos, suéltalo.

 

Guakimachi le contó lo que había visto y el jefe se quedó mirándolo durante algunos segundos. Después dijo:

 

-       No podemos inmiscuirnos en esas cosas, nuestro periódico es de poca tirada, tocamos el corazón de la gente con un vagabundo abandonado por aquí, un robo por allí, que bonita está la ciudad en carnaval y nuestras escuelas de samba, más todo lo que sabes, pero sobre tráfico de niños o drogas o algo que tenga que ver con fuente rota no podemos publicar nada de nada. ¿Es qué quieres que acabemos en el depósito antes de que acabe el carnaval?

-       ¿Y no podríamos pasarle la información a algún otro medio influyente del país?

-       ¿Te has vuelto ahora una especie de Mesías? ¡Venga ya! Tú sabes nuestras limitaciones, olvida el asunto y vete a las calles, para el domingo quiero un artículo de dos páginas sobre el carnaval y más te vale que sea bueno, te aprecio, tu padre fue mi mejor periodista, pero no podemos hacer nada ni comprometer nuestros contactos con un asunto de esa índole.

-       De acuerdo jefe.

-       ¿Necesitas dinero?

-       No estaría mal, jefe…

 

Había menos gente que de costumbre aquella mañana en la playa del Café de la mar. Tras sorber media taza de café negro se sentó en la arena y tomó algunas notas:

 

“El carnaval es algo más que música y danza. Es amor del cafetal, amor de la selva, ruido de corazones que tiemblan por los que no pueden bailar de alegría, es nuestra tristeza colorida disfrazada de sonrisa eterna. Ayer no salí a las calles, pero no me hizo falta, vi otro carnaval oculto a los ojos de todos nosotros, el carnaval de la miseria escondida, de corazones raptados de miseria por no poder salvarse a ellos mismos”...

 

Miró a ambos lados de la playa, allí venía ella, con una camiseta verde haciendo footing y su eterna sonrisa, se levantó para saludarla pero ella se sentó a su lado cerca de la orilla.

 

-       Nos quedamos espe­rándote, Paolo pensó que finalmente aparecerías.

-       Lo siento.

-       ¿Qué escribe ahí?

-       Se me olvidó decírselo ayer, soy columnista en el Diario del Sol.

-       Lo sé, a mí se me olvidó presentarme. Soy Julia Esmeralda.

-       ¿Julia?

-       Sí, he de decirle que soy una asidua lectora del Diario del Sol y suelo leer sus artículos, llevo años haciéndolo, es usted un hombre comprometido con nuestras raíces.

-       Gracias, hago lo que puedo.

 

Ella lo miraba con simpatía y ojos reflectantes de mar, era tan bonita que Guakimachi comenzó a sentirse inquieto y con ganas de volar de allí.

-       ¿Le suena el nombre de María da Silva?

-       Sí, es mi asistenta.

-       ¿Le dijo que yo la ayudaría en un asunto?

-       Sí, y quiero me disculpe por haberme tomado esa libertad, no creí que llegara a contactar con usted.

-       ¿Le dijo de qué trataba?

-       No. Solo me dijo que en la aldea alguien estaba abusando de ciertas personas y le comenté que usted seguro que escribiría algo, no sé es la impresión que me dio cuando leí sus artículos. ¿Por qué?

-       No se preocupe, ya estoy en ello, aunque me gustaría hablar con usted. ¿Le apetece un café?

-       Oh no, lo siento debo irme y gracias por ayudar a María,

 

Le dio un beso tierno en la mejilla y volvió corriendo hacia el hotel con su figura translúcida por los rayos de la mañana, Guakima­chi estaba en un gran aprieto, el peor de ellos, el aprieto del amor no correspondido e imposible y además no sabía que haría respecto del asuntó de María da Silva.

 

En ese instante se le ocurrió una idea debía ser muy cauto ahora había perdido el contacto con María y no dejaba de estar un poco angustiado esperando que su móvil sonara. Esa noche iría a fuente rota. Paolo no apareció. ¿Por qué se habrá marchado así? Intuía poderosamente que algo se escondía en aquella huida, por supuesto si Julia había notado algún sentimiento hacía él y siendo tan casta como aparentaba no qui­so arriesgarse a engañar a su marido, pero por otro lado se sintió algo decepcionado, ambos eran lo suficientemente adultos para hablar de lo que fuese sin tener que irse a los labios. De repente apareció su amigo.

 

-       ¿Te veo contrariado? Y algo triste. O es el día brumoso.

-       ¡Paolo!

-       Qué tal mi Guakimachi.

-       ¿A qué hora fichas en el hotel?

-       Dentro de dos horas, no podía seguir en la cama, temía que­darme dormido.

-       Debo hablar contigo de un asunto muy importante y necesito tu consejo.

-       Espero que no sea algo de ámbito intelectual, ya sabes que no soy licenciado y que mi mundo es la samba y el fútbol.

-       Créeme, seguro que en este asunto estás doctorado más que yo. Vamos a mi casa...

 

La bruma mañanera se fue disipando en el camino a casa, ambos amigos saborearon un café con el prensita que portaba ojeras negruz­cas y seguía emulando los bailes de la noche anterior al sonido de la música radiofónica de la mañana.

 

Cuando Guakimachi hubo relatado a Paolo, lo de fuente rota y lo del caso de María da Silva, este sonrió sarcásticamente.

 

-       Será mejor que olvides ese asunto, le dijo. Nosotros somos gente normal y con ese tema no podremos hacer nada amigacho.

-       Sabía que me dirías eso, en fin voy a escribir algo de mi artículo y después iré a tu hotel a disfrutar de una cerveza helada. ¿Cómo fue la noche?

-       Oh, oh, ella estuvo pendiente, no sé, parecía que ansiaba tu regreso, pero es muy dulce con todos, educada, no quiso beber nada y parecía algo preo­cupada. En mi letargo bailón y borracho llegué a pensar que se había enamorado de ti. Luego comprendí que era imposible, la llamó su ma­rido por teléfono y se marchó.

-       ¡Y las calles Paolo! ¡Y las gentes!

-       Uy Guakimachi, me duelen los pies y todo el cuerpo, pero estuvo tocando “La Sal de Sao Paulo”, ya sabe cómo son esos mulatos, y conocí a una negrita que bebía más que yo, pero no quería besarme, le pedí que se casara conmigo y me dijo que ni muerta que solamente bailaría con Paolo hasta el amanecer.

-       Ese es mi Paolo da Norte. –

-       Ahora tengo que irme. ¿Iras a verme?

-       A ti no.

-       Uy, mi Guakimachi que te van a matar, ve haciéndote las medidas para el pijama de madera…

 

José Roberto se quitó sus sandalias para ir caminando por la orilla hasta el hotel, María no había vuelto a llamarle, tampoco escribió nada. Sin estar a pie de calle le sería prácticamente imposible relatar los acon­tecimientos con total veracidad, así que pasaban los días y su puesto como columnista corría peligro si no conseguía un buen artículo sobre el carnaval.

 

La sorpresa fue mayúscula cuando vio a Paolo en recepción espe­rándole.

 

-       Te llevaré a la biblioteca, la jefa quiere hablar contigo.

-       ¿Te refieres a Julia? – Paolo sonrió. -

-       Si. Ven sígueme.

 

Entró en la coqueta biblioteca del chalet adyacente a la instalación hotelera, donde vivía la familia de Julia, aún se sintió más sorprendido si cabe cuando vio a María da Silva sentada junto a Julia y las dos cariacontecidas, sobre todo la hija de los propietarios.

 

-       Siéntate José Roberto. – Dijo la Venus de miel. –

 

Fue como una orden para él que no apartó la vista de María con los ojos empañados por las lágrimas. Tras acomodarse Julia comenzó a hablar:

 

-       Siento mucho haberte comprometido.

-       Us­ted no tiene la culpa.

-       Por favor háblame de tú estoy casada pero no soy tan mayor, aún no tengo los cuarenta, y sonrió, él también.

-       ¿Crees que encontraremos la manera de ayudar a María a recuperar a su hi­jito?

-       Sinceramente, es casi imposible, según los datos que poseo esa gente es muy poderosa, nuestra vida correrá gran peligro y no en­cuentro la forma, he tenido alguna idea pero necesitaré ayuda y algún dinero que no tengo, pues gano lo justo para sobrevivir.

-       Por el dinero no hay problema, mi esposo y yo somos bastante ricos.

-       Julia, ¿tiene algún amigo en el Departamento de Justicia o en la Policía? Agregó el periodista.

-       Mi padre conoce a mucha gente, mi esposo no es de este país. Entonces María habló:

-       No, no, ellos tienen gente infiltrada en los Ministerios, se enterarían a los pocos minutos.

-       Ya lo imaginaba.

-       María, espéreme en la recepción, debo a hablar con Guakimachi. ¿Te importa que te tutee, Jose? – Sonrió y él dijo no con la mirada avergonzada, sin duda, ella ya se había percatado de algo. A solas se sentó cerca de él y lo miró fijamente. –

-       Dime, que clase de persona te parezco. Sincérate. Y no me refiero al físico.

-       Muy buena persona, eso me parece.

-       Muy pobre intelectualmente, que más.

-       Comprometida y me pareces muy culta.

-       ¿Comprometida con qué?

-       Con la vida, con el entorno, con el mundo que la rodea por eso estoy ena­morado de usted, quería decir de ti.

 

Ella cogió sus manos y le miró con dulzura y mirada brillante.

 

-       Gracias por sincerarte, ya sabes que estoy felizmente casada.

-       Me pidió que fuese sincero.

-       No me impor­ta, solo quiero que sepas que no puedo corresponderte.

-       Tampoco me importa.

-       Si de verdad me amas como dices tienes que rescatar a ese niñito y a los demás, te daré dinero, tienes que actuar rápido.

-       Nece­sitaré a Paolo un par de días.

-       Eso no es problema, puede irse ahora contigo. Dime, ¿lo harás?

-       Si lo haré, lo haré por esa madre y su hijo, pero sobre todo, lo haré por ti.

-       Lo besó en la mejilla y se despidieron, a Guakimachi aún le latía su corazón rapidillo y desbocado...

 

Muy pronto los dos amigos habían trazado un plan, Paolo su­girió que haría falta alguien del entorno de fuente rota.

 

-       Conozco a alguien de por allí. Puede servirnos de gran ayuda, por supuesto ten­drás que pagarle.

-       Bien, vete a por él y os espero en mi casa, no tar­des.

-       No Guakimachi. Oye no te imaginé nunca en una de estas.

-       Lo hago por dinero.

-       Eso sí que no me lo creo.

-       ¡Márchate ya!

 

Pasadas dos horas Paolo apareció con pintoresco personaje muy jipi en el vestir, barbilampiño y pelo largo y despeinado.

 

-       Te presento a Gato Rabioso.

-       Es un placer. Yo soy Guakimachi.

-       Paulito me ha hablado bien de ti.

-       ¿Le has dicho ya de que va todo esto?

-       Claro, me lo ha contado de camino.

-       ¿Y qué opinas?

-       Espera, voy a encender esto.

-       Oh no, no, aquí no quiero drogas.

-       Si no puedo fumar mi hierba no habrá trato.

-       Menuda humareda, está bien, abre la ventana Paolo.

-       Esa gente pertenece a un clan muy poderoso de fuente rota no podremos ni menearnos antes de que nos trinquen.

-       ¿Y qué propones?

-       Primero mi dinero. En dólares, pues pienso largarme cuando acabe todo esto.

-       Está bien.

-       Quiero 15000 dólares ahora.

-       Eso es mucho dinero, no lo tengo aquí pero te lo conseguiré.

-       ¿No tienes nada?

-       Te daré los 3000 que tengo.

-       Quiero el resto esta noche.

-       ¡Esta noche!

-       Según Gato Rabioso los niños son trasladados cada dos días, el chico de María sigue allí pero no lo estará mañana.

-       ¿Bue­no y qué será lo qué haremos? Exclamó Guakimachi.

-       La zona está muy apartada con el fin de que la poli no sospeche de nada, parece una nave abandonada.

-       Así es.

-       Bien, este es mi plan, haremos un fuego y llamaremos a los bomberos, Paolo nos estará esperando con una furgoneta grande, yo dejaré sin sentido a ese macaco y ustedes lleváis los críos al auto, para entonces los bomberos estarán en camino.

-       ¿Y para qué llamar a los bomberos?

-       ¿Alguien deberá apagar el fuego? ¿No?

-       Es muy peligroso, dijo Paolo, si algo sale mal los niños correrán peligro. –

-       Oye, por treinta mil dólares no voy a fallar, claro qué tendremos que actuar muy rápido, solo que hará falta un lugar para llevar a los críos.

-       Espera, haré una llamada, dijo Guakimachi.

-       Está bien trato hecho, tendrás tus treinta y la furgoneta, debes recogerla don­de sabes Paolo, el sitio ya está convenido.

-       Ha sido un placer hacer negocios contigo Guakimachi.

-       Lo mismo digo Gato Rabioso.

-       Paolo, acompáñale, a las diez en la cuneta de fuente rota. Yo iré en un taxi.

-       Ok, Guakimachi...

 

Sobre la 22.15 Gato Rabioso miró por la ventanita, iba disfrazado de viejecita y con un muñeco en sus brazos, golpeó a la puerta, el matón abrió y miró a ambos lado de la calle.

 

-       ¡Qué quieres vieja!

-       ¡Qué te vayas al carajo! - Y le arreó un tremendo golpe que lo dejó cao. tras esto gritó; ¡Ahooora! –

 

.Guakimachi prendió con gasolina unos neumáticos y una intensa humareda comenzó a emerger de la zona, Paolo llegó con un furgón, algunas luces del poblado comenzaron a encenderse y se oían gritos, las dos mujeres fueron amordazadas y unos veinte bebés y cinco adolescentes fueron sacados de allí con dirección desconocida, en su huida se cruzaron con los bomberos, también llegó la policía que descubrió en el lugar un ordenador y documentación comprometedora sobre los extorsionadores, para entonces todos los niños y niñas esta­ban a salvo en una finca propiedad de la familia de Julia Esmeralda.

 

María da Silva recuperó a su hijito aquella misma noche, se encon­traba en buen estado de salud. Abrazó a Guakimachi y a Paolo pues Gato Rabioso había desaparecido, pero la policía apareció en el lugar y descubrió el plan. Julia sin embargo salió esa tarde rumbo a Europa para reunirse con su esposo y Guakimachi no volvió a verla...

 

Pasados unos días el clan fue arrestado y los dos amigos condeco­rados. Salieron en todos los medios como los grandes salvadores de aquellos niños, esto le supuso a José Roberto una inmensa populari­dad y un ascenso en el Diario del Sol, aún con todo, transcurrido más de un año no la había olvidado, ella no regresó.

 

Al año siguiente los carnavales dieron comienzo con la misma luz de siempre, el mismo son, el mismo colorido, el mismo amor...

 

“Por la noche ciega bailaba toda aquella multitud, danzaban algunos sudorosos, otros pecosos, morenos casi todos, rubios codo con codo y otras razas disfrazadas de amores nuevos algunos, de promiscuos otros olvidados, más casi todos seguían bailando al ritmo de los tam­bores antiguos”...

 

Guakimachi paró de bailar y se refugió en un callejón sin salida de la avenida plantada de palmeras engalanadas, de una tasca cercana provenía unas notas aéreas que silbaban la chica de Ipanema; “Mira que cosa más linda tan llena de gracia”.

 

-       Te noto triste esta noche, amigacho Aún no la olvidaste, ¿verdad mi Guakimachi? ¡Ahora casi todos te adoran!

-       Sabes, Paolo llegué a pensar que era la mujer de mi vida, que tonto en un hombre de mi edad.

-       Toma bebe caipiriña y consuélate.

-       ¿Puedo beber con vosotros?

-       ¡Julia!

-       Hola José Roberto. Qué tal Paolo.

-       ¿Has vuelto a la ciudad?

-       Si. Así es. Para quedarme.

-       Ahora vengo voy por más caipiriña, dijo Paolo.

 

Ella dio a Guakimachi un beso breve en los labios y exclamó:

 

-       Tal vez sea el único beso qué te dé en esta vida, es por lo que hiciste. Te admiro, te admiraré siempre.

-       Con ese beso tendré para el resto de mi existencia. Gracias Julia.

-       Ahora debo irme, José, te he escrito esta carta, quiero que la leas, adiós Guakima­chi.

 

Cuando Paolo regresó le dijo;

 

-       ¿Guakimachi? ¿Qué te ha pasado en los ojos? Parece que te has tomado un psicotropical o “has visto a Dios”…

-       No te lo vas a creer.

-       Seguro que sí. ¿Qué chica más bonita? ¿Verdad?

-       Algún día te lo contaré, Paolo. Divirtámonos.

 

Cuando acabó la noche y José Roberto regresó a su casa abrió la carta de Julia que decía lo siguiente:

 

“Mi marido y yo nos hemos divorciado de mutuo acuerdo. Hemos anulado nuestro matrimonio para que cada uno podamos volver a casarnos si nos place. Soy cristiana, espero que esto no sea un problema para ti. Al parecer lo nuestro no funcionó mi ex marido se fue con una hermosa mujer del mundo de las finanzas al que pertenecía. Si quieres, algún día de estos podemos tomar un café”. No tardes mucho. Un beso”

Yulia Esmeralda.

 

Esa noche José Roberto no logró conciliar el sueño así que no pudo esperar a la mañana siguiente para teclear el número de teléfono de Julia. Ella atendió la llamada y quedaron en verse para desayunar en la playa. Semanas más tarde se casaron y se dieron el sí bajo un inmenso árbol milenario al que bautizaron “La chica de Ipanema”. Paolo da Norte fue el padrino y María da Silva fue la madrina.

 

 

Dorado y azulado esto fue amor de carnaval enamorado.

 

 “La ciudad respira música de tambores antiguos y ritmos afrodisíacos.

No puedo sino imaginar amor sudoroso y Brebaje glorioso
Entre bocas torcidas y cinturas bailonas”
El desfile de este año se supera a sí mismo.
Las escuelas cada vez instruyen mejor.
Pero que puede decirse de una música que sale del corazón.
Quién tiene la llave maestra para amansar la sangre.
Nuestra sangre. Me enamoro de ti, de vosotros, este año. Aún más”.

“Por la noche ciega bailaba toda aquella multitud, danzaban algunos sudorosos,

Otros pecosos, morenos casi todos, rubios codo con codo y otras razas disfrazadas de amores nuevos algunos, de promiscuos otros olvidados, más casi todos seguían bailando; al ritmo de los tambores antiguos”

 “Mira que cosa más linda tan llena de gracia”...

 


FIN

 

 



Autor relato: Jorge Ofitas.
Spain. 2009. ®. Europe. 2025. ®.

 

 

Nota:

Este relato forma parte del libro Ámbar y Jazmín (serie relatos cortos) Tomo I, publicado en el año 2011. 


Poema recitado de la novela



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