Crónicas Amatistas. ®.


Crónicas Amatistas. ®. 
La inspiración de un artista. 
Relato corto. 
Realismo Mágico. 
Metafísica. Misticismo, 
Autor relato: Jorge Ofitas. ®.


Si la miraba, podría salvarse el mundo completo, indecentes incluidos. Era para él tan bonita y completa como la bella pintura del dueño de las estrellas. Al sentir esto, se determinaba a seguir tirando "palante". Mas solamente poseía un par de amatistas que miraba y miraba al trasluz de la tarde caída. Nunca había comprobado si realmente eran buenas y, aunque alguien le conminó a hacerlo, presentía que eran "ciertas" como ella. Claro, las amatistas no podían amarse como a una musa verdadera; aunque tenía claro que ciertas piedras sí sentían y a veces también hablaban, pues las oía en su alma…
De repente, el estridente sonido del teléfono lo sacó de su trance. Lo descolgó, pensando que tal vez sería un comprador para una de sus pinturas azules del mar. Pero no albergaba esa suerte…

—Pasa usted mucho tiempo observando esas dos amatistas.

La voz era profunda, serena, pero cargada de una extraña familiaridad. Chety sintió un escalofrío.

—¿Quién es usted? ¿Cómo sabe eso? ¿Es un espía?
—¿Es usted conservador o de izquierdas?
—La política es basura para mí y ahora o me dice quién es usted o cuelgo.
—Parece usted muy enamorado de esas dos gemas y de alguien que conozco.
Un golpe seco en el pecho. ¿Conocía a ella?
—Un momento. ¿Cómo sabe eso?
—Le observo hace algún tiempo.

Chety retiró el cortinaje con brusquedad, escudriñando las cientos de ventanas que lo rodeaban, buscando una sombra, un brillo, cualquier indicio. La tarde languidecía, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas, pero no vio nada. Aún así, siguió hablando con aquel extraño personaje.

—Me conocen por Míster Pitterman y soy aficionado a las joyas, al mar y al amor imposible.
—Bueno, la broma ya ha terminado —dijo Chety, y colgó, sintiendo que el pulso le latía en las sienes.

Pero el timbre sonó nuevamente, incisivo. Chety dudó, luego contestó, su voz tensa.

—Llamaré a la policía.
—No sea bobo, señor —la voz de Pitterman era una caricia burlona—. 
- Debería saber que de alguna manera todos somos observados, y con más hincapié los artistas librepensadores y soñadores sin remedio.
—No soy un librepensador —espetó Chety, la frustración creciendo—. Solo un pintor fracasado, amante de las piedras preciosas de segunda clase y de una Diosa de carne y hueso que nunca alcanzaré. Ellas manejan mi pincel…

—Quiero presentársela.
—¿A quién se refiere?
—A la mujer de sus sueños.

Un silencio se extendió por la línea, cargado de una promesa irreal, casi absurda. Chety sintió la locura asaltándolo. ¿Era un loco? ¿O un ángel? Decidió desconectar el teléfono de la pared con un tirón furioso.

Fue a por sus prismáticos, pero era prácticamente imposible averiguar desde qué lugar podrían estar observándole en la penumbra. Durante todo lo que restó de tarde, el teléfono no volvió a sonar. Chety se puso a pintar una bahía azulada de noche plácida, el lienzo cobrando vida bajo sus pinceladas. De vez en cuando, miraba sus amatistas, como si fuesen el amor de su vida. En ocasiones, susurraba bromeando, como si las dos amatistas hablaran:

—Debes saber que yo no pienso irme con nadie…
—Ni yo tampoco —parecía exclamar la otra amatista.

Tras oírlas, sonreía, y pasaba su pincel empastelado por alguna zona "calva" del lienzo, sumido en sus pensamientos más ocultos, soñando en ella…

Es bello escudriñar vuestra mirada amatista,
con eso pierdo la vista,
y también el corazón
que se agita de pasión
con la mera idea
de encontrarte entre mis sueños…

Había caído la noche. Las lluvias deberían haber cesado ya, amado Júpiter, pensó, y miró un grabado del Dios romano que colgaba de una de sus paredes. Luego de esto, besó a sus dos joyitas y siguió pintando su bahía azul de verano con ella dentro de sus sueños amatistas.

De repente, un suave golpeteo en la ventana de su estudio interrumpió el silencio. No era viento ni lluvia. Chety se giró lentamente, su corazón martilleando. Allí, al otro lado del cristal empañado, una figura esbelta se alzaba en la oscuridad. La tenue luz de su lámpara de estudio se reflejaba en su rostro, revelando unos ojos curiosos y una sonrisa apenas perceptible. No era Mister Pitterman, o no como se lo había imaginado. Era ella.

Chety sintió cómo el pincel se le caía de la mano. La mujer, su musa inalcanzable, la de sus sueños más profundos, estaba allí, real y presente. En su mano, sostenía un pequeño pañuelo de seda violeta, el mismo tono de sus amatistas.

Ella no dijo nada solo lo observaba ensimismada. Simplemente levantó el pañuelo, dejándolo caer suavemente contra el cristal. Dentro, envueltas con delicadeza, había otras dos amatistas, más grandes, más perfectas que las suyas. Eran idénticas, pero con un brillo que le robó el aliento. Sus ojos se encontraron, y en esa mirada, Chety lo entendió todo sin palabras. Míster Pitterman no era un espía, era un catalizador, un mensajero. Y el amor imposible no era tan imposible después de todo.
Chety se acercó a la ventana, sus manos temblorosas. El cristal los separaba, pero la distancia se había desvanecido. Fuera, la mujer sonrió, una sonrisa plena esta vez, y con un gesto sutil, indicó la puerta de su estudio.

En esa bahía azul pintada bajo la noche plácida, ahora no solo ella habitaba en sus sueños. Había cruzado el umbral, guiada por las amatistas, por la voz misteriosa de Pitterman, por el propio arte de Chety. Él lo supo entonces: el mundo, indecentes incluidos, se había salvado.


FIN

Autor relato: Jorge Ofitas. ®. 
Spain. 2018. ®. Europe. 2025. ®

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