Verne en el Campo de Batalla de Kurukshetra. ®.



Verne en el Campo de Batalla de Kurukshetra. ®.
Relato corto. Místico. Meta-Ficción. Filosofía. 
Episodio. X.
Serie Sueños Verne. 
Autor: Jorge Ofitas. ®.

Verne, anticipando las palabras del Señor Bienaventurado que aparecería más tarde, se inclinó ligeramente y dijo: 

—Arjuna, ¿por qué desfalleces?»

Arjuna, con los ojos empañados y la voz apenas un murmullo, respondió: 

—Verne, ¿ves a todos estos guerreros diestros y a todas estas tropas bien entrenadas listas para aplastarme? Pues bien, todos ellos son mi familia. ¿Qué harías tú en mi lugar?»

Verne, con una mirada de profunda convicción, respondió: 

—No deberías desfallecer, Arjuna, pues el Señor Bienaventurado te acompaña, y yo también he venido de muy lejos para ver tu coraje y tu resiliencia ante una dificultad tan arraigada.»

Un instante después, ante la incredulidad de Arjuna, Verne proclamó: 

—¡Yo combatiré contigo!» 

Y como surgido de la misma bruma de duda, un carro de oro resplandeciente apareció a su lado. Verne se colocó en él, justo al lado de Arjuna. Lo que Verne buscaba saber era si el Señor Bienaventurado le hablaría realmente y si podría escucharlo.

Verne, observando la marea de guerreros que se extendía ante ellos, añadió con voz firme y clara, que parecía resonar más allá del tumulto inminente: 

—Nosotros somos Sattvas y ellos Tamas. No hay nada que temer, gran Arjuna.

Arjuna, con una expresión de calma recuperada, aunque la tristeza aún se reflejaba en sus ojos, le dijo a Verne: 

—Sé que eres un gran escritor del futuro y he leído tus libros en los oráculos especiales. Pero ahora, debo dejarte, pues el Gran Señor Bienaventurado...

Verne no pudo escuchar al Señor Bienaventurado. Sin embargo, vio que algo se le transmitía a Arjuna, pues a medida que pasaban los minutos, el príncipe se iluminaba, hasta que el carro de Arjuna quedó envuelto en una luminosidad que nadie más poseía.

Fiel a su palabra, Verne se unió a la batalla, dispuesto a combatir. Pero antes de que el caos lo alcanzara o fuera herido —pues su cuerpo era vulnerable—, apareció entre el polvo y el fragor de la inminente batalla la figura serena del Mahatma Gandhi.

Con una calma que contrastaba brutalmente con el tumulto, Gandhi se acercó a Verne y le dijo con voz pausada: 

—Ven, acompáñame. Tengo algo que decirte...»

Se alejaron del carro, buscando un rincón donde el rugido de la guerra fuera solo un murmullo lejano. Una vez allí, el Mahatma Gandhi miró a Verne con sus ojos sabios y, con una voz que transmitía una paz inmensa, le dijo: 

—Querido Verne, quería decirte que, de alguna manera, Arjuna y el Señor Bienaventurado, somos todos nosotros.»

Verne, con la mente absorbida por la sabiduría que emanaba de Gandhi, pero con la realidad de la batalla aún resonando a lo lejos, le preguntó: 

—Dígame, gran sabio, ¿por qué ocurren las guerras entonces, y por qué continúan de donde yo vengo?»

Gandhi suspiró, su mirada fija en el horizonte lejano donde la batalla aún no había estallado por completo. 

—Las guerras, querido Verne, y todos los conflictos que asolan tu mundo, son el fruto de la ignorancia. Es porque creemos en la separación, porque nos aferramos a la idea de que 'yo' soy diferente de 'tú', y 'mi nación' diferente de 'la tuya'. Olvidamos que, en esencia, somos todos uno. Lo que ves con tus ojos, las formas, los nombres, las divisiones... todo eso es Maya, ilusión.»

Entonces, una luz sutil comenzó a emanar del propio Mahatma Gandhi, no cegadora, sino envolvente, mientras su voz se transformaba, volviéndose más profunda y resonante, como si mil voces hablaran al unísono. Miró a Verne con una intensidad que traspasaba la simple forma. 

—Como tú en este mismo momento, Verne, crees que ves a Gandhi. Pero en realidad, yo soy el Señor Bienaventurado, que soy el Todo. Todo lo que ves, soy Yo.»

Después de un largo momento, la furia de la batalla se disipó, no con el fragor de la victoria o la derrota, sino como un espejismo que se desvanece con la luz de la comprensión. Y de repente, el carro de Arjuna, ahora resplandeciente con una luz interior que disipaba toda sombra, se dirigió de nuevo hacia donde se encontraban Verne y Gandhi.

Arjuna descendió de su carro y, con una reverencia llena de humildad y arrepentimiento, se arrodilló ante Gandhi, quien en ese mismo instante se transformó completamente en el Señor Bienaventurado, rodeado de una luminosidad abrumadora. Verne, desorientado por tanta luz y la majestad de la escena, observaba con asombro cómo Arjuna pedía perdón al Señor Bienaventurado por haber matado seres vivos en la batalla.

El Señor Bienaventurado tocó suavemente la cabeza de Arjuna, y su voz, que era a la vez un murmullo y un eco del universo, dijo: «—No has matado a nadie, querido Arjuna, pues el alma es eterna e indestructible. Tu deber es combatir por el Dharma, por la rectitud, sin apego a los frutos de la acción.»
Luego, el Señor Bienaventurado volvió su luz hacia Verne y, posando un brazo sobre su hombro, le dijo con una voz que resonaba en lo más profundo de su ser: 

—Y tú, Verne, puedes regresar, y recuerda que el alma no mata ni es matada.»

Verne se disipó en un abrir y cerrar de ojos. Cuando abrió los ojos, estaba de regreso en su diván, en su familiar estudio. Una profunda nostalgia lo invadía, y se sentía un poco asombrado, temeroso, pero también encantado y enamorado de ese campo de batalla disuelto en la luz y de la presencia divina que creyó haber contemplado. La poción, esta vez, no lo había llevado a una aventura, sino a una revelación del alma misma.


FIN

Autor relato: Jorge Ofitas. ®.
Autor Serie Sueños Verne: Jorge Ofitas. ®.
Europe: 2025. 

Comentarios

Entradas populares