Me Encanta Engañarme Contigo. ®.
Era un bello barrio donde los artistas pintaban cuadros y hacían poemas a las chicas o a otras personas. Cerca de allí cruzaba un río muy bueno y muy templado que siempre adornaba con sus aguas verdes los matices de pastel. Un día llegó un hombre y un poco más apartado de los artistas montó un quiosco de flores.
Cuando hubo instalado el quiosco de flores sacó su caballete y se puso a pintar. Todos los demás pintores se le quedaron mirando y sonrieron.
Una mañana cualquiera de otoño llegó una clienta que había sido clienta del antiguo vendedor de flores y tenía muy mal humor y estaba con muchas quejas por las flores del pasado. Entonces, con el rostro estirado, miró fijamente a nuestro hombre y le dijo: "Usted no será tan guarro y tan puerco con las flores como el antiguo vendedor".
El vendedor le sonrió. Le sonrió y le dijo: "Pues por eso mismo que usted me cuenta, le tengo guardado un ramo de flores especial porque yo sabía que usted era una de las grandes clientas". La mujer se le estiró un rostro, pero en plan de como si quisieras agradar, pero contrariada por su actitud cuando llegó.
Entonces el vendedor y pintor entró dentro del quiosco y sacó un ramo de flores pero que estaba totalmente cubierto por un papel muy fino y muy exquisito y las flores no se veían. Estaban tapadas por el papel. Era un ramo con una formación un poco extraña, pero muy bonita.
Entonces le dice: "Aquí tienes un ramo. Solamente no lo abra y lo meta en agua hasta que no llegue a su casa, por favor, porque son flores muy delicadas y se estropean con prontitud hasta que no reciben agua".
La mujer era un poco gruesa, entrada en años, se veía que estaba sola y que no se arreglaba, pero sabía que era una mujer de buena piel, que le había vivido bien. Entonces se fue y cada vez que andaba hacia delante, miraba, volvía la cabeza y se había quedado sorprendida porque él seguía sonriéndole con mucha compasión y amor.
Un rato después, un señor minusválido que iba en un carrito de ruedas se acerca y dice: "¿Usted tiene violetas?".
El vendedor sacó un ramito de violetas y se lo dio al minusválido y le dijo: "Aquí tiene sus violetas, pero usted debe saber que usted también es la violeta". El minusválido le contesta: "Por eso he comprado violetas, para estar con mi familia".
Llega la tercera clienta de aquella mañana y era una mujer de una belleza inusitada. Se acercó al vendedor y dijo: "Buenos días, necesito hoy, ahora mismo, el ramo de flores más bonito que haya en el universo". Él le preguntó si tenía predilección por alguna flor, y ella dijo: "No, lo dejo bajo su inspiración, porque he visto que también es usted artista". El vendedor dijo: "Entonces, ¿lo deja bajo mi elección, madame?" y ella contestó: "Por supuesto".
El vendedor salió con una bonita y pequeña flor de lis.
El vendedor iba a desmontar el quiosco ese día para marcharse para siempre. Justo antes de empezar a quitar las piezas, apareció la modelo, el minusválido y la mujer que al principio parecía triste y ahora parecía otra persona. La que había sido la clienta primera estaba pintada, había ido a la peluquería, se había puesto muy guapa, y además no parecía ni la misma persona. Fue y le dijo al vendedor: "Gracias".
Él le contestó: "Pues me alegro mucho. Será que te lo mereces".
Y después fue y le dio la mano al minusválido, que ahora estaba de pie. Dice que se tomó la botella de agua que encontró en el ramo de flores, se la bebió. El vendedor bromeando le dijo: "Eh, que esa botella de agua era para las flores, no para ti".
Al final, la modelo lo sorprendió porque pidió a los otros dos que los dejaran a solas y se fueran un poco más apartados. Ella quería decirle, y se lo llevó hasta la pared donde estaba la vista del río y le dijo: "¿Tú crees que puedes engañarme?".
Él le dijo sonriendo como siempre: "Pues me encanta engañarme contigo".
Entonces ella lo cogió de una mano y le dijo: "Ven, vamos a dentro del quiosco de flores, que yo sé que allí tienes un regalo para mí". Él se negaba porque guardaba sus preciosos ramos de flores especiales. No quería que viera su arte o quizás escondía algún secreto. El caso es que al final la belleza de ella pudo más y lo arrastró hasta el quiosco de flores, cerró las puertas por dentro y de repente, el quiosco y todo lo que había allí desapareció.
FIN

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