358 SNIFF. ®. Novela corta.


358 SNIFF. ®.
Novela corta. Suspense.
Investigación médica.
Policiaca. Novela negra.
Autor: Jorge Ofitas. ®.

Introducción.

Un eminente  doctor y excéntrico psiquiatra llamado Robert Farach, busca concienzudamente  en sus ratos libres una vacuna contra el cáncer por el amor profundo que siente hacia a la humanidad y también para curar a la mujer de su vida; de la que ninguno de sus allegados tiene constancia ya que nadie la ha visto jamás, sin embargo él siempre habla de ella con impetuosa admiración en las numerosas reuniones médicas y también a su círculo de amigos. Ninguna persona de su entorno está al corriente de sus investigaciones pues el doctor guarda en el más absoluto secretismo sus arduas indagaciones.

Una noche recibe una llamada urgente en su laboratorio desde el hospital psiquiátrico para el que trabaja, avisándole de que una mujer ha ingresado en estado de hipotermia y catatónica, al parecer el encargado del cementerio que la encontró afirma que Bhria Selena despertó de entre los muertos. A partir de aquí se inicia una trama de intrigas e investigaciones que conducen al psiquiatra junto a la policía de homicidios y narcóticos a buscar la verdad de tan enrevesado surrealista y misterioso asunto. Mientras tanto Robert tiene que abandonar sus experimentos científicos.

Personajes de este extracto.

Robert Farach.

Bhria Selena.

María Stradivarius.

Roland Makensie.

Michael Brouwer.

Alan Rodriguez.

Tito Pandela.

Mirto Caledonia.


Capítulo. 1.

El doctor Robert Farach vivía una extraña vida haciendo experimentos en su estudio laboratorio. Poseía un espléndido ático que anteriormente  había sido un palomar ahora reconvertido. Trabajaba para el manicomio privado “Paracelso” situado a solo dos manzanas de su casa.

Robert descendía de judíos sefarditas pero él no iba nunca a la sinagoga ni rezaba, en realidad su intenso trabajo le impedía pensar en Dios. Esa misma noche le avisaron del hospital propiedad de un hombre de las finanzas que nunca iba por allí. Cogió su maletín y salió aprisa corriendo entre las calles llovidas y desiertas de octubre, una extraña muchacha había sido ingresada de urgencias con síntomas muy preocupantes de hipotermia y completamente catatónica.

Cuando entró por la puerta trasera del hospital la doctora de guardia lo estaba esperando. Ésta le clavó la mirada cuando vio las pupilas de Robert aunque no dijo nada. Sin duda el doctor se inyectaba alguna sustancia para alargar sus largas horas de trabajos y experimentos o al menos ella lo intuía poderosamente. El doctor Farach buscaba un remedio para el cáncer y nunca lo diría, tampoco nadie sabía que el eminente psiquiatra investigaba la enfermedad más mortífera de la era moderna en todas sus variantes ni cómo de avanzadas iban esas investigaciones.

Roland Makensie era el hombre que llevó a la chica hasta el hospital; debía esperar a que llegara la policía para interrogarlo. La doctora María Stradivarius se lo presentó a Robert y tras esto el doctor se encerró con él en una habitación aislada para conocer todos los detalles escalofriantes de aquella historia a priori totalmente increíble.

Roland se encontraba muy nervioso y Robert consintió inyectarle un calmante tras reconocerlo, pasada una media hora la droga hizo su efecto y al encargado principal del cementerio municipal comenzó hablar. Al parecer la chica según decía había salido de un panteón preguntando dónde se encontraba su familia y qué sitio era ese. Al principio el terapeuta pensó que Roland estaba enganchado a algún alucinógeno así qué salió un momento de la estancia y pidió a la doctora que pidiese un informe toxicológico del sospechoso, la supuesta zombi se encontraba en esos momentos amarrada a una cama y drogada hasta las cejas pues intentó sacarle los ojos a un enfermero.

Cuando el jefe de detectives llegó al hospital Robert aún estaba reunido con Roland. Subió con el inspector de homicidios hasta la habitación de seguridad donde estaba recluida la chica, para entonces ya habían pedido todo tipo de informes sobre ella y sobre Roland Makensie. Pero todo parecía  muy incierto…

La chica se llamaba Bhria Selena y según el informe había fallecido 48 horas antes de una sobredosis de cocaína pura inyectada vía intravenosa, no tenía familia y se ganaba la vida vendiendo coches de alta gama para gente del mercado bursátil. Alta, elegante, de piel blanquecina pelo rubicundo y ojos verdes pardos. Una muñeca inteligente y preciosa que conocía a gente de las altas finanzas y hacia negocios con ellos.

Robert se marchó con Alan Rodriguez a la cafetería del hospital, el jefe de detectives descartó la posibilidad de que Bhria hubiese resucitado de entre los muertos y pidió tiempo para esclarecer la verdad, por esto dos policías de paisano custodiarían a la supuestamente “resucitada”  hasta saber con certeza con qué estaban tratando, cuando por fin la mujer espabiló un poco, Farach subió a observarla y revisar el informe médico. Una vez lo hubo leído quedó si cabe más desconcertado el rostro del psiquiatra se tornó pétreo y frio. El capitán Alan se llevó detenido al sepulturero hasta nueva orden, quedando en verse con el doctor a la mañana siguiente.

Sin dilación y sobre las cuatro de la mañana Alan Rodriguez comunicó al psiquiatra que habían soltado a Roland. Todo había sido cotejado y tal como se preveía la chica había fallecido dos días antes y enterrada ante numerosos testigos muchos de ellos de prestigioso renombre en el mundillo de las finanzas. El capitán preguntó a Robert que había averiguado y éste le respondió que habían encontrado arenilla en sus pulmones y ni un resto de cocaína en su sangre, tampoco señales ni arañazos por lo que era improbable que ella sola hubiese podido salir de la caja y mucho menos partir la tapa, necesitaba saber algo más de cómo la bella mujer hubo conseguido salir del ataúd y abrir desde dentro la pesada puerta del panteón y por supuesto quedaba totalmente descartada la muerte por cocaína. 

El condecorado detective le dijo que el forense y otros agentes junto al sepulturero se encontraban inspeccionando la cripta y los alrededores del cementerio intentando encontrar pruebas fiables, también habían ido en busca del equipo médico que certifico su muerte. Ambos llegaron a la misma conclusión. Estaba muy claro que alguien debió  ayudarla a salir de allí o nunca fue enterrada. Y si era así. ¿Cuál era el móvil de aquel misterioso asunto? A cada minuto que transcurría la situación se enrevesada más si cabe. Robert esperó a la mañana para volver a ver Bhria pues aún se encontraba muy sedada y no articulaba palabra, además continuaba completamente catatónica. ¿Estaría implicada o la habían utilizado con algún propósito? Tal  vez solo fuese una venganza y tampoco nadie podía  creer que hubiese salido de la muerte cómo el bíblico Lázaro por obra de un milagro de Jesús de Nazaret, lo cierto es que lo más razonable era pensar que todo había sido un montaje y en esta dirección se dirigió la investigación médica y policial.

Capítulo. II. 

Sobre las cinco de la mañana el doctor se marchó a su estudio a descansar. Una vez allí y tras darse una ducha reconfortante sonó el teléfono. Una voz masculina muy elegante apareció al otro lado del auricular, dijo: 

- Sé quién es usted y también lo que ha ocurrido a Bhria pero no puedo decírselo, si quiere saber algo más busque a un hombre llamado Tito Pandela tiene un local de copas para gente vips en el 358 de Rotterdam Avenue,  el sitio se llama “358 SNIFF”. No le dejarán pasar diga que va de parte de Brouwer y no se le ocurra decirle nada la policía o le matarán.  Tras esto el desconocido colgó…

Tendría que aparcar sus intensos experimentos sobre el cáncer, sin duda aquello era un nuevo reto para la curiosidad del eminente psiquiatra, no sabía qué hacer, se sentía muy agotado, tampoco podía demorar aquel asunto demasiado, así que cogió su jeringuilla y se inyectó una dosis de aquel estimulante creado por el mismo, a saber que droga era, el caso es que quince minutos más tarde un taxi le llevaba en dirección al barrio más caro de la ciudad muy cerca de la bolsa y de los grandes entidades bancaria.

Allí estaba el local y el cartel discreto del 358 SNIFF, dos hombres trajeados de aspecto elegante y gran corpulencia blindaban la puerta del local que se encontraba cerrada a cal y canto. Los dos guardias le vieron venir y no se movieron, Farach poseía un buen porte y también elegancia. Dijo, vengo de parte de Brouwer y sin dilación le abrieron la puerta y le dejaron pasar sin rechistar. ¿Quién será Brouwer? No dejaba de preguntarse, por momentos se arrepentía de haber hecho caso a la misteriosa voz del teléfono sin ni siquiera investigar la llamada. Ahora ya no podía volverse atrás…

Una chica de perfume narcótico y pelamen hechizante fue a su encuentro con una sonrisa capaz de descongelar a Walt Disney. Era la relación pública del local y se llamaba Rose McCormack. Robert quedó embelesado durante unos segundos no supo que decir luego exclamó que iba de parte de Brouwer y quería ver al señor Pandela. La exótica mujer le preguntó de parte de quién, él contestó que de Robert Farach, psiquiatra del manicomio Paracelso.

Tito Pandela rozaría la cincuentena. Alto, con traje a medida de seis mil euros y buenos modales, echaba de comer a sus peces en una gigantesca pecera que destellaba en el suntuoso despacho de unos cien metros cuadrados, desde una cristalera controlaba todo el local junto Rose que se fue de allí por indicación de su jefe. Robert le miró a los ojos y le estrechó la mano, seguidamente el dueño del local vips le preguntó en que podía ayudarle. El doctor sacó una fotografía de Bhria y le preguntó si conocía a la chica, Pandela dijo que sí, que ella le vendió un Ferrari 550 Maranello hacia algún tiempo y que  también solía cerrar sus tratos de ventas de coches allí normalmente a gente muy rica, solían ser modelos exclusivos difíciles de encontrar 

- ¿Qué ha ocurrido? Exclamó el hostelero de lujo. 

Robert le comentó que Bhria había resucitado de entre los muertos la tarde anterior, Pandela sonrió y ofreció una copa a su anfitrión… El sagaz doctor Farach quería ver que reacción tenía Pandela con su pregunta aunque no encontró nada anormal y aceptó de buen grado la copa de exquisito coñac carísimo. Tras servirle la copa lo miró algo más serio y le pidió sus credenciales antes le espetó: 

- ¿Conoce personalmente a Brouwer? 

El doctor sacó su documentación y dijo que no era asunto suyo si lo conocía o no, Pandela asintió y sentándose frente a él; le explicó que la bonita y sofisticada Bhria solía ir todas las noches y que consumía mucha coca, que a ninguno de los que la conocían les extrañó aquella sobredosis pero que ahora la cosa había cambiado, era de suponer que Bhria hiciese algo así. ¿Algo así? Dijo Farach. ¿A qué se refiere? Ha dicho usted que ha resucitado de entre los muertos. ¿No? Bueno, quería decir que no está muerta, aún no sabemos con certeza lo que ha ocurrido, lo estamos investigando. Respondió Robert. Pandela comenzó a sentirse inquieto algo le preocupaba y le aseguró al doctor que no diría más sobre ese asunto hasta no hablar con Brouwer. Está bien. Respondió Robert. ¿Puedo pedirle una última cosa? Dispare, doctor. ¿Me permite tomar una copa en su local ahora? Beba lo que quiera pero no hable de esa chica ahí abajo, ella debía mucho dinero a algunos prestamistas que se han quedado sin cobrar. En ese instante el móvil de Pandela comenzó a sonar… Espere doctor no se marche…

El dueño del 358 SNIFF recibió una llamada inesperada de Michael Brouwer invitando a Tito a llevar al psiquiatra en busca de cierta persona de los bajos fondos que podría saber algo, uno de los de seguridad del local les acompañó, Farach no declinó la oferta, serían las siete de la mañana y el sol ya había salido de las tinieblas. 

Cuando llegaron a casa de Mirto Caledonia este yacía muerto en la alfombra frente a su televisor. El propio Farach certificó su fallecimiento. Debemos irnos ahora doctor, tiene que  acompañarnos ellos no tardarán en llegar. No, dijo él, me quedo a esperar a la policía, no se preocupe ya me advirtió Brouwer pero tengo que informar de alguna manera, Bhria esta custodiada en el hospital, lo entiendo dijo Tito, muy inquieto y con mucha prisa, ambos se estrecharon la mano y Pandela  le dio una tarjeta para que entrase cuando placiese en el 358 SNIFF…

Robert comenzó a curiosear mientras llegaba la brigada de narcóticos por supuesto no encontrarían nada que no fuese el cuerpo de Mirto, pero Robert si encontró algo. Una fotografía de Bhria junto a Mirto, en esta ambos iban en un yate abrazados por la Riviera italiana y parecían muy felices, también unos doscientos gramos de cocaína pura que el doctor guardó en su chaqueta, estuvo indagando por el apartamento y cuando comenzó a oír las sirenas vio algo que le puso la carne de gallina, en la estancia anterior a la salita que daba acceso a la puerta de atrás de la casa vio un pequeño laboratorio a saber para manipular sustancias pero también vio a un hombre muerto conservado en formol, varias cabezas de seres humanos y pequeños animales, todos metidos en enormes recipientes de cristal. Así que salió algo aterrorizado por la puerta de atrás a toda prisa. ¿Qué le diría a al jefe de detectives? No podía revelar la fuente de Michael Brouwer y todo aquello comenzaba a ponerse demasiado macabro y espeluznante con su vida en juego, apresurado echó a correr saliendo por la puerta trasera que lindaba con la autopista, tuvo algo de suerte y logró parar un taxi…

Cuando arribó al hospital la entrada se encontraba atestada de coches de policías y toda la zona acordonada, algo grave había ocurrido, Farach se apresuró hacia la puerta trasera, el capitán Alan Rodriguez le vio llegar. Tiene usted mal aspecto. ¿De dónde viene? Farach dijo que de tomar una copa y cambió de conversación con la maestría que le caracterizaba. Al parecer dos encapuchados habían irrumpido en el manicomio con gases lacrimógenos y habían raptado a Bhria Selena. No sabemos nada más. Agregó el detective. Robert preguntó si hubo víctimas en el asalto Alan respondió que no, que todos estaban bien, algunos locos intentaron huir pero todo ha sido controlado, concluyó. ¿Le apetece un café doctor? No capitán, me marcho a descansar. Bien mañana le espero en la comisaría sobre las doce, hay asuntos que debemos tratar, la investigación está bloqueada, en principio todo apunta a que la chica había sido enterrada, las pruebas así lo determinan, cómo lo han hecho lo ignoro. No hay túneles, ni nada que indique pensar que todo ha sido un montaje. ¿Cree qué ha podido resucitar medicamente hablando? ¿Qué hay de los médicos qué le diagnosticaron la sobredosis? Infirió Farach. Todo está en orden, las muestras de sangre de la fallecida indicaban sobredosis y hay restos de cocaína, no hemos podido determinar ningún tipo de chanchullo, los médicos que la atendieron están libres de sospechas, nos encontramos en un callejón sin salida doctor, tal vez usted pueda ayudarnos. No dude que haré todo lo que este en mis manos detective, ahora he de irme, mañana le veré buenas noches capitán, buenas noches doctor…

Capítulo. III, 

Cuando arribó a su apartamento la puerta de la entrada estaba abierta y en el interior todo se encontraba revuelto y destrozado. Lo primero que pensó fue llamar a Alan Rodriguez más tras unos segundos de honda reflexión desistió de la idea. Por suerte su laboratorio quedó a salvo tras una puerta camuflada y blindada que dispuso en su día para mantener a salvo sus investigaciones de cualquier intruso inesperado. El portón de acceso había sido abierto con maestría de caco profesional pues no lo forzaron, lo mismo ocurrió con la alarma, había sido desconectada con algún aparato sofisticado de alta tecnología, hasta el punto que seguía funcionando con normalidad.

Echó un vistazo y a priori no se habían llevado nada. ¿Qué estarían buscando? Y lo más importante: ¿Fueron unos ladrones convencionales o aquel allanamiento de morada estaba relacionado con su visita al 358 SNIFF y a la casa de Mirto Caledonia ahora fallecido? 

Dispuso una bolsa de aseo alguna ropa y tras volver a revisar la puerta y activar la alarma se marchó a descansar a un hotel, necesitaba dormir profundamente, mañana veré las cosas con más claridad, se dijo. Comenzó a forjar la idea de que alguien quisiese matarle, pero se aventuró debía pensar si poner al corriente a la policía de todo lo acontecido desde que recibió aquella llamada, En ese preciso instante y un segundo antes de abandonar el altillo el teléfono volvió a sonar, Farach se precipitó y lo descolgó: 

- Bien señor Farach. Ahora debe saber que usted es el principal sospechoso del caso Bhria, mañana piensan detenerle, han dejado unas pistas en su apartamento para incriminarle, búsquelas antes de abandonar su casa o desaparezca para siempre, respecto a la chica no la volverán  a ver, adiós señor Farach y no se le ocurra volver por el 358 SNIFF. “Aún no han cogido las pistas en su apartamento”. 

Un escalofrío le recorre la espalda a Robert. ¿Cómo sabe Brouwer que la policía aún no ha encontrado las pruebas? La voz de Brouwer continúa:  

- Busque en el baño, en el botiquín. Encontrará un frasco de pastillas. Es la clave para incriminarle, y para entender lo que está pasando. No se preocupe, es seguro. Lo he manipulado para que las huellas de Roland y Bhria aparezcan en él”. La llamada termina.

Robert entra en el baño y busca en el botiquín. Encuentra un frasco de pastillas de “Paracelso”. El mismo nombre del manicomio donde trabaja. El mismo frasco que la policía usará para incriminarlo. Pero Brouwer le ha dado la clave para desactivar la trampa.

El teléfono de Robert suena de nuevo. Es un número privado, pero ya sabe quién es. El Capitán Alan Rodriguez de la policía de homicidios. 

—Doctor Farach, he recibido el informe de sus agentes —dijo Alan sin rodeos—. Dice que su apartamento ha sido destrozado. ¿Qué ha pasado?

Robert dudó por un momento. La advertencia de Brouwer resonaba en su cabeza.

—Capitán, como le dije, he estado en la calle. No he pasado por mi apartamento en horas. No sé qué ha pasado.

—Le creo, pero no estoy seguro de que mi equipo lo haga. La escena parecerá un robo, pero… hay cosas que no encajan. Le sugiero que venga a la comisaría para una charla. Podemos hablar de lo que ha pasado y de lo que sabe sobre el caso Bhria. Y de paso, veremos si podemos entender lo que ocurre en su vida.

La voz del detective no era de un hombre que cree una mentira. Robert se dio cuenta de qué tenía que ir, pero no podía presentarse allí con las manos vacías.

—Sí, por supuesto, capitán. Iré de inmediato.


Capítulo. IV.

Tras colgar, Robert supo que el tiempo corría en su contra. No podía ir a la comisaría sin una coartada sólida. Con la adrenalina a flor de piel, metió la jeringuilla y la cocaína de Mirto en su maletín. No podía encerrarse en su laboratorio privado, pues los detectives de Alan podrían estar esperándole. Por suerte no se encontraban allí. Su única opción era el manicomio “Paracelso”, que en ese momento estaría vigilado de alguna manera aún así le daba una oportunidad pues conocía el edificio. 

Al llegar, la entrada estaba repleta de coches de policía, con las luces de emergencia aún parpadeando. El psiquiatra se apresuró a entrar. Subió al ascensor con una coartada bien pensada: iba a su laboratorio del manicomio a buscar unos archivos de Bhria Selena. Su plan era sencillo: ir, analizar y luego reunirse con el capitán Alan.

Una vez en el laboratorio, se encerró. Sacó el frasco de pastillas y el polvo blanco. Sabía que las huellas de Roland y Bhria estaban en el frasco, como dijo la voz misteriosa, pero también sabía que las pruebas incriminatorias aún no estaban allí. Tenía que ser rápido. Su suero prodigioso se encontraba a salvo. 

Con sus conocimientos de psiquiatría y de farmacología, empezó a analizar las muestras. Lo primero que hizo fue observar la cocaína, que no era pura. Se dio cuenta de que no era una droga de fiesta, sino una droga de laboratorio. Después, analizó las pastillas. Encontró algo que lo desconcertó: ambas sustancias contenían el mismo componente, un sedante que inducía un estado de catalepsia profunda. Un estado que simulaba la muerte.

Robert se dio cuenta de todo. Bhria no había resucitado de entre los muertos. La habían drogado para simular una sobredosis, la habían metido en un ataúd, y la habían enterrado viva. Pero, ¿con qué propósito?

Al llegar, las luces de la comisaría le parecieron un faro en la oscuridad. Se bajó del coche y caminó con paso firme hacia la entrada. El capitán Alan Rodriguez lo esperaba en la puerta.

- Doctor Farach, me alegro de que haya venido. Pase, dijo Alan, y le hizo un gesto para que lo siguiera. La voz del detective era plana, pero la mirada en sus ojos era todo menos neutra.

Se dirigieron a una sala de interrogatorios. Alan le ofreció un café.

- No gracias, capitán. Me gustaría saber qué es lo que han encontrado en mi apartamento, dijo Robert con voz firme.

- No hemos encontrado nada, doctor. Por ahora. Estamos esperando el informe de huellas dactilares y ADN. Pero le diré lo que sí encontramos: una fotografía de una mujer, una botella de coñac y un libro de notas. En las notas hay información sobre una vacuna contra el cáncer”.

Robert se quedó en silencio por un momento, intentando procesar la información. Brouwer había dicho que habían dejado pistas para incriminarlo, pero esta era la primera vez que Alan mencionaba una vacuna. ¿Qué relación tenía su investigación con todo esto?

- ¿Y qué relación tiene mi investigación con el secuestro de Bhria Selena?, preguntó Robert, tratando de ocultar la sorpresa.

- Esa es la pregunta que le haré a usted, doctor. Por ahora, quiero que me cuente todo lo que sabe. Desde el momento en que llegó al hospital, hasta este instante. No se deje nada”.

Robert supo que la verdad era su única opción. Sabía que no podía mentir, pues Alan era demasiado inteligente. Tendría que contarle todo y confiar en su declaración, sin duda  valdría más que la evidencia en su contra.

Aunque el psiquiatra no pensaba revelar ningún secreto, tenía interés por lo que podría decirle Alan Rodríguez. Era un juego de ajedrez, y cada movimiento debía ser calculado.

- Capitán, como le dije, estuve en el 358 SNIFF. Y es ahí donde creo que está la clave de todo”, dijo Robert, soltando el anzuelo. Alan, con un gesto imperceptible, se inclinó hacia adelante.
- Cuente, doctor. No se deje nada. No le prometo nada, pero si su historia es convincente, podríamos llegar a un acuerdo”.

Fue entonces cuando Alan Martínez le "lanzó" una "ristra" preguntas:

- ¿Conocía a Bhria Selena?, preguntó Alan.

Robert dudó. 

- Sí, la conocí de oídas. Era conocida en los círculos financieros. Pero no la conocía personalmente.

- ¿Y podría saber qué tipo de medicina o droga podría dormir a alguien hasta que pareciera muerto?.

Robert se detuvo. Esa era la pregunta que había estado esperando. Tenía la respuesta en su maletín.

- Capitán, como psiquiatra, conozco muchas drogas que pueden simular la muerte. Pero el estado de Bhria Selena era peculiar. Su estado de hipotermia y catatonia sugiere un tipo de droga que no es común.

- ¿Podría ser un tipo de sedante o un relajante muscular?”, preguntó Alan.

- No, capitán. Es más que eso. Creo que la droga que se usó no está en el mercado. Una droga que podría haber sido creada en un laboratorio.

- ¿Y qué tiene que ver esto con usted, doctor?, dijo Alan, con los ojos clavados en los de Robert.

El psiquiatra sabía que no podía mentir. Tenía que decir la verdad de una manera que no lo incriminara.

- Capitán, como le dije, estuve en el 358 SNIFF. Allí, me enteré de algo. El lugar es una fachada para un negocio de falsas muertes. Se ayuda a gente con problemas económicos a desaparecer para saldar sus deudas. Es lo único que puedo decirle por ahora y la información no es fiable... 

- ¿Y Bhria Selena era una de esas personas?, preguntó Alan, con un tono más serio.

- Sí, lo era. La drogaron para que pareciera muerta, la enterraron, y la ayudaron a escapar. Algo salió mal”.

Alan se quedó en silencio, con los ojos clavados en los de Robert. El psiquiatra no había mentido, pero lo que le había dicho no era lo que el detective esperaba. También Robert guardó parte de la verdad...

- Capitán, en este maletín tengo una jeringa con un líquido y la cocaína que robé. Ambas contienen una droga experimental que puede simular la muerte. Y en este papel, tengo un extracto de lo que he estado investigando. Una vacuna contra el cáncer.

Alan lo miró con escepticismo, pero no dijo nada. Su mente estaba en otro lugar. El psiquiatra intuyó que al capitán le ocurría algo. Su mente y su mirada parecían por momentos estar en otro lugar.

- Dígamelo Alan. No olvide que los psiquiatras podemos leer en el espejo de alma..
- Mi esposa se está muriendo de cáncer, está en cuarta fase. 
- Lo siento Alan. Si usted quiere y se fía de mí podemos experimentar con mi vacuna. Debe ser efectiva si no, no querrían matarme. 
- ¿Quién querría matarle?
- Usted lo sabe. 
- Sí. Ya sé. Me fio de usted doctor. 
- ¿Y a qué estamos esperando? Vamos al hospital de inmediato. 

Capítulo. V. 

Alan y Robert subieron a los asientos traseros de un auto camuflado. Un sargento de la unidad de homicidios instaló la sirena y en unos minutos llegaron al hospital privado que pagaba el seguro del que se beneficiaban los agentes más laureados de esa unidad. El psiquiatra Robert Farach instó al capitán que saliera de la habitación.

- Capitán, le ruego que salga de la habitación por diez minutos y que cierre la puerta. Por el bien de su señora, le ruego que abandone y no deje que entre nadie”, le pidió.

Alan, sin dudarlo, salió de la habitación. Tras los diez minutos más largos de su vida, Alan se acercó a la puerta de la habitación. No se atrevió a abrirla, su mano se detuvo en el pomo, temiendo lo que encontraría del otro lado. En ese instante, la puerta se abrió lentamente.

Robert Farach estaba allí, su rostro imperturbable. 

- Ya puede pasar, capitán”, le dijo, su voz tranquila y llena de un respeto extraño. Y no se alarme con lo que vea. Tendremos que esperar cuarenta y ocho horas. 

Alan entró en la habitación y su corazón se detuvo. Su esposa, tendida en la cama, parecía muerta. Su piel estaba pálida, sus labios sin color, y su respiración no se notaba. El silencio en la habitación era absoluto. El detective sintió que el mundo se le venía encima, un abismo de desesperación se abría a sus pies. Se giró hacia el psiquiatra, sus ojos llenos de rabia.

- ¿Qué le has hecho? Vociferó; ¡La ha matado!

- Capitán, no se alarme. No está muerta. Está en un estado de catalepsia. Ha caído en un estado similar a Bhria Selena”, dijo Robert, con una calma que a Alan le pareció una burla.

- ¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto? Preguntó el detective, su voz temblaba de furia.

- La vacuna aún no está lista. Era la única manera de que el cáncer no se extendiera”, dijo Robert. Y lo he hecho por amor, por la misma razón por la que he estado trabajando en esta vacuna. 

Alan, aún con el corazón latiendo a mil por hora, miró a su esposa. No sabía si creerle o no, pero el psiquiatra no parecía estar mintiendo. En ese instante, un ruido en el pasillo lo alertó. Eran dos hombres armados, que se dirigían hacia la habitación de su esposa.

Robert sacó un arma y le disparó al techo. Los hombres, sorprendidos, se detuvieron y echaron a correr, otros agentes los arrestaron y los llevaron a comisaría. 

- Una mano del psiquiatra, Robert Farach, lo interrumpió.

​"Capitán, usted debería ser el último en tirar la toalla", le dijo.

​Alan, sin dejar de llorar, levantó la mirada hacia el psiquiatra. Su rostro, bañado en lágrimas, era una mezcla de furia, desesperación y asombro. El psiquiatra no había mentido. Le había dicho que su mujer no creía que pudiera salvarse, él había confiado en el psiquiatra. Y ahora, su mujer parecía muerta.

​- No se rinda, capitán. Aún hay tiempo para salvar a su mujer. No la pierda, porque si la pierde, no será capaz de seguir viviendo", dijo Robert con una voz grave. Qué no se le olvide, espere cuarenta y ocho horas y de órdenes al hospital de que solamente la mantengan bien hidratada.

​El detective, que estaba acostumbrado a los secretos, lo miró. Las palabras del psiquiatra le llegaron al alma. El hombre que lo había estado incriminando, ahora era su única esperanza.

Capítulo VI, 

Robert Farach dejó el aparcamiento del hospital y regresó a su ático. Las palabras del capitán resonaban en su cabeza, pero su mente ya estaba enfocada en el siguiente paso. Debía proteger su investigación, y la única forma de hacerlo era regresar a su laboratorio secreto.

Al llegar a su apartamento, notó algo extraño. La entrada seguía intacta, pero la cerradura, que había sido manipulada antes, parecía haber sido forzada de nuevo. Cautelosamente, abrió la puerta. Un silencio pesado lo recibió, pero no era un silencio vacío. Era un silencio que ocultaba algo, una presencia.

Entonces lo escuchó. Un crujido leve, el sonido de alguien moviéndose con cuidado en la oscuridad de su sala de estar. No había duda, alguien se había colado. A pesar de los destrozos de la noche anterior, el intruso estaba buscando algo. ¿Estarían buscando las pruebas que incriminaban a Robert, o algo más valioso de su laboratorio?

El corazón de Robert se aceleró. Podía ver la tenue luz de la luna iluminando los muebles revueltos. Se quedó parado en la entrada, su cerebro trabajando a toda velocidad. Los intrusos podían ser de la policía la organización del 358 SNIFF o alguna farmacéutica interesada en su suero... Las tres opciones eran peligrosas, pero solo una quería matarlo.

Cuando finalmente entró, su mirada se posó en un bulto en su sofá, cubierto con una manta. De la manta, una voz débil y susurrante repetía su nombre: “Robert… Robert… Robert…”.

En cuanto Robert Farach reconoció la voz, supo lo que debía hacer. Rápidamente, cerró y blindó la puerta principal por dentro, asegurando la entrada. Luego, con una agilidad sorprendente, accedió a su laboratorio, revelando un pasillo en la oscuridad. 

“No te muevas. Estoy aquí”, susurró Robert a la figura en el sofá.

Con una mano, ayudó a la mujer a levantarse de debajo de la manta. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminó su rostro pálido y sus ojos verdes. Era Bhria Selena.

“Me han encontrado. Sabía que vendrían. Ayúdame… susurró ella, su cuerpo temblando.

Robert la guio a través del pasillo secreto hasta el laboratorio, donde las luces se encendieron. Bhria miró a su alrededor, atónita. El laboratorio, lleno de aparatos médicos y frascos con líquidos de colores, parecía sacado de una película.

“No te preocupes. Aquí estarás a salvo. Nadie sabe que esto existe”, dijo Robert.

Ahora, la mujer que se suponía que estaba muerta se encontraba en el corazón del misterio.

​​El psiquiatra escrutó sus signos vitales: pulso débil, respiración superficial. No había rastros de la droga que le habían inyectado. La mujer estaba sana, aunque aterrorizada.

Con una mirada llena de una extraña mezcla de alivio y triunfo, Robert la abrazó con fuerza y le susurró al oído, como si le estuviera contando el secreto más grande del mundo.

​"Lo has logrado. Lo hemos logrado. El suero funciona."

​La mujer que se suponía que estaba muerta no era una víctima, sino el mayor éxito de la vida de Robert. Su "resurrección" no fue un milagro, sino el resultado de un experimento que, ahora lo sabía con certeza, había sido un éxito. La muerte de Bhria y su posterior aparición en el cementerio eran la prueba de que su suero, la vacuna que había buscado para la mujer de su vida y la humanidad, eran reales. 

Capítulo. VII. 

La mano de Robert Farach se aferró a la de Bhria Selena. El alivio y el triunfo le llenaron el alma. Ya no importaban los crímenes, el manicomio, ni la policía. La mujer de su vida, la que nadie conocía, la que había estado en el centro de todas sus investigaciones secretas, estaba viva. El suero, su suero, funcionaba.

La noche se hizo más suave, y las horas se deslizaron sin prisa. Bhria se duchó en el apartamento, lavando de su cuerpo el polvo del cementerio y el hedor a formol. Se puso la ropa que Robert le ofreció: una camisa limpia y pantalones que le quedaban un poco grandes. Era la primera vez en días que se sentía humana de nuevo.

Cuando regresó a la sala de estar, Robert estaba sentado en el sofá, esperando. Al verla, su corazón latió con una fuerza que no había sentido en años. No era una paciente, no era una sospechosa; era la mujer que amaba. Se sentó a su lado, y un silencio cómodo se instaló entre ellos, un silencio que era una promesa.

Bhria le tomó la mano. Su mirada se llenó de una determinación que Robert no había visto antes.

- Mi amor,” le dijo, “necesito que me ayudes. Toma esa libreta y un bolígrafo. Apunta todo”.

Robert le tendió una libreta y un bolígrafo. Deja yo mismo tomaré tus notas...  

- Dime; cuánto dinero debes y a quién se lo debes.

El psiquiatra, que había pasado su vida buscando una cura para la humanidad, ahora tenía su misión personal. Su amada, la mujer que se había sacrificado por él y por el suero, estaba viva. Y juntos, se enfrentarían a los prestamistas, a los criminales y al mundo que casi los destruye.

Robert y Bhria, ahora fugitivos, no perdieron ni un segundo. Durante las siguientes 48 horas, se movieron en la clandestinidad. Abandonaron el apartamento, dejaron atrás el pasado y se centraron en una sola cosa: escapar.

Robert, con sus vastos contactos y su fortuna, se centró en un objetivo singular. La pareja se movió de un escondite a otro, cambiando de coche, pagando todo en efectivo y durmiendo apenas un par de horas cada noche, siempre con el oído alerta, siempre con un ojo en la puerta. La paranoia se convirtió en su nueva normalidad. El mundo exterior, que antes era una fuente de conocimiento y curiosidad para Robert, se había convertido en un campo de batalla lleno de peligros.

Finalmente, transcurrieron 48 horas hasta que Robert Farach pudo alquilar un avión. No era un jet privado, sino un pequeño avión de carga con un piloto contratado de forma anónima, dispuesto a hacer preguntas solo si se le pagaba lo suficiente. Era la única opción para una huida tan arriesgada.

Cuando el taxi se dirigía al aeropuerto con sus maletas, Robert vio, por el espejo retrovisor, que unos coches de policía los seguían. El taxi se detuvo, bloqueado por un par de coches. Un grupo de agentes, con Alan Rodríguez a la cabeza, se bajó de sus coches y se dirigió hacia ellos.

El corazón de Robert se detuvo. Bhria, con los ojos llenos de miedo, lo miró. La esperanza de un nuevo comienzo se desvaneció, y el mundo se oscureció.

Entonces, una voz retumbó por los altavoces de los coches de policía: “Baje del coche. Bajen del coche.”

Robert, con una calma que asustó a Bhria, se giró hacia ella. “Vamos, mi amor”, le susurró. “Vamos a bajar. Con la cabeza bien alta”.

Ambos se bajaron del coche. Bhria, con su ropa limpia y su rostro sereno, no tenía nada que ver con la mujer que había aparecido en el cementerio. No había rastros de la suciedad, de la sangre, ni del terror. Era una mujer completamente nueva.

Alan Rodríguez se detuvo a pocos metros de ellos. Su rostro, que antes estaba lleno de ira, se tornó pálido al ver a Bhria. La mujer que había visto en el cementerio era un cadáver andante; la que tenía delante era una mujer sana y radiante.

“Su mujer está espléndida, parece que no es la misma persona que encontramos en el manicomio ‘Paracelso’”, dijo Alan, con la voz quebrada.

Robert lo miró, y no dijo nada. Se sentía aliviado y agradecido. Alan, el detective, se acercó a él y a Bhria.

“También al parecer, no ha habido ningún delito. Porque el sepulturero no sabe nada. Nadie sabe nada”, dijo Alan, con los ojos llenos de lágrimas.

El detective, en un último acto de fe, se dio la vuelta y se dirigió a su coche. “Farach”, dijo, sin mirarlo, “no he visto nada. Tienen… tienen 48 horas para irse. Después, los buscaré por todo el mundo”.

Pero antes de que el taxi pudiera arrancar, Alan se acercó a la ventanilla, abrió la puerta y abrazó a Robert Farach. Le apretó las manos con fuerza, dándole las gracias de una forma honda y sincera. La emoción le impidió hablar, pero Robert lo entendió todo cuando vio la sonrisa de un hombre al que le habían devuelto la vida. Después, Alan le susurró algo que solo ellos dos entenderían.

“Mi mujer se ha levantado de la cama a las 48 horas y pidió tortilla de patatas.”

Alan no contestó. Se subió a su coche y se fue. Robert y Bhria, con el corazón latiendo a mil por hora, subieron a su avión y se fueron.

Mientras Robert despegaba con su amada y su avión en el atardecer precioso de la ciudad, una cola increíble y por lo menos más de mil personas rodeaban el hospital Paracelso. Se había rumoreado que allí se curaba el cáncer. La noticia del milagro de la tortilla de patatas se había extendido por todo el mundo, y la gente, con una esperanza renovada, buscaba el mismo milagro. La persecución de Robert había terminado, pero su misión acababa de empezar.


FIN




Autor novela: Jorge Ofitas. ®.

Europa. 2015. 2017. 2025. ®.

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