El abominable hombre de las 9. ®.

 

El abominable hombre de las 9. ®.
Ciencia-Ficción. Fantasía. Terror. 
Autor novela: Jorge Ofitas.


Capítulo I.

El abominable hombre de las nueve, estiró su rostro cuando comprobó que la administración del estado no le pagaría la factura que le debían por los servicios prestados. Así que ahora no podría pagarle a sus empleados, ni a los más cualificados. Sin subir a su oficina hizo algo que no era costumbre en él, emborracharse y desconectar su móvil. Recordaba aquellos años cuando fundó su empresa y todas aquellas promesas que le hicieron aquellos políticos a los que votó. Se escondió en un parque de la ciudad y meditó entre trago y trago que hacer ante la grave situación que se le avecinaba y además, nunca cayó muy bien a sus empleados y eso que siempre les pagó religiosamente cada mes.

Cuando regresó a su oficina tambaleándose por la calle, vio a sus asalariados arremolinados en la puerta de la cafetería donde cada mañana bebían café y desayunaban.

– Ahí llega el sinvergüenza, oyó en la brisa de boca de uno de sus empleados.

Tiempo atrás, alguien le puso el sobre nombre del abominable hombre de las nueve, porque siempre llegaba a esa hora y porque era estricto y de gesto estirado, exigente con todos, más nunca nadie le faltó al respeto y además, mantenía la misma plantilla. – No debo ser tan abominable, se dijo, mientras soltó un leve eructo de último sorbo de coñac ingerido. Se acercó y exclamó:

– Os comprendo pero no me miréis así, mirad estas facturas que me debe el ayuntamiento, la comunidad autónoma y la administración central y ahora encima van a invertir todo esa cantidad de dinero en un banco de donde ellos mismos se han llevado el dinero. Ah, ah. Lo siento de veras, ah, ah, ay, ay… 

Comenzó a vomitar allí delante de todos y ninguno hizo nada por ayudarle, aunque él siempre había mantenido oculto el motivo por el que no les abonó los últimos tres meses de sueldo. Seguidamente se perdió calle abajo sin mirar atrás...

Urraca Whiskey estaba casada desde hacia años con don Indulgencio Cobista, un ilustre abogado que años atrás decidió dedicarse a la política. El feliz matrimonio tenía dos hijos varones y una chica, los tres pre universitarios. Llevaban una vida holgada y vivían en una lujosa casa de la urbanización El clarinete de oro, donde residían lo más granado de la clase política, banquera y judicial de la región y el país en cuestión. Aquel día había nevado abundantemente y abrigarse se hacia imprescindible para andar por las calles capitalinas sin exponerse a tiritar sin descanso.

– Me marcho a Bruselas cariño.
– ¿Quieres que te acerque al aeropuerto?
– No, yo mismo cogeré un taxi 

Tras esto dio un beso a su esposa e hijos y salió por la puerta principal de su mansión con gesto erguido y despachando una falsa sonrisa al chófer del taxi que le guardó su maleta en el maletero del vehículo público. Una vez acoplado en el asiento trasero infirió al conductor que le llevase deprisa al aeropuerto, bien sabía don Indulgencio que su fama de político audaz era bien conocida, entonces recibió aquel dardo en su pierna y quedó sin sentido, mientras tanto, el vehículo desapareció entre las calles con destino desconocido…

Capítulo II.

Cuando don Blas apareció por su oficina a la mañana siguiente todos estaban en sus puestos, dio los buenos días y convocó una reunión para las once de la mañana con los jefes de sección, el jefe administrativo y el jefe comercial, ninguno de ellos puso objeciones, más él, seguía absorto y huido del mundo y todos se dieron cuenta, que aquel no era el jefe de los últimos años, al menos, eso daba a entender su mirada absorta: - Recibió a sus dos directores en la soledad de su despacho y habló:

– Buenos días. He intentado rehipotecar mi casa pero no ha sido posible y todas esas promesas de que la administración va a pagarme no son ciertas, así que quiero que digáis a todos que se marchen a sus casas, voy a cerrar el negocio…

– Pero, señor. Podemos esperar, los medios de comunicación han dicho que van a apagar a los proveedores, exclamó el jefe administrativo con su rostro medio descompuesto por la noticia de despido, sin indemnización por supuesto.

– Es mucho dinero el que me deben y ya no puedo soportar, los bancos no me dan nada y estas facturas no significan nada para ellos. Es imposible continuar. - ¿Y qué haremos ahora? Dijo el jefe comercial. Podríamos buscar nuevos clientes potenciales, prometo que lo daré todo y traeré clientes, de verdad, no haga eso, aún podemos intentar mantener la empresa a flote…

Doña Urraca Whiskey creía que don Indulgencio se encontraba en Bruselas, le extrañó que no la hubiese llamado en la noche y ella nunca lo molestaba cuando se encontraba trabajando con el euro grupo, ignoraba por supuesto, que había sido secuestrado y que nunca llegó a Bruselas, ni nunca llegaría…

Don Blas Mass esperó a que cayese la noche para acometer su plan. Antes de salir de casa dejó una nota para su mujer e hijos, más el número de una caja de seguridad de un banco donde guardaba algunos ahorros para que su familia pudiese salir de algún apuro en caso de que él nunca más volviese. Hacía algún tiempo que lo tenía todo muy bien planeado, se aventuraría en aquella mansión y robaría a punta de pistola si era necesario todo el dinero que la administración le debía, si la justicia pasa de mí y de mi familia y empleados, yo iré a buscar mi propia justicia, se decía mientras introducía las balas en su 45…

Capítulo III.

Muchos se preguntaban donde habría ido a parar todo el dinero desaparecido de bancos, cajas y administraciones públicas, pero nadie en el mundillo político, judicial o financiero era capaz de dar una respuesta fidedigna al pueblo soberano, que debía aguantar ahora duras restricciones en su modo de vida.

Las personas de tercera edad se agolpaban en las sucursales bancarias para recuperar sus ahorros o para cobrar pagas ínfimas que apenan daban para comer o pagar impuestos. No había trabajo para casi nadie, sobre todo en el sur, demasiada gente cualificada y obreros hacían colas en las oficinas de desempleo esperando encontrar un trabajo o una prestación que en el mejor de los casos solo daba para comprar tabaco y poco más.

Muchos empresarios como don Blas tuvieron que cerrar sus negocios al no poder cobrar las facturas que la propia administración les debía. Huelgas, movilizaciones políticas orquestadas en las trastiendas de los jefes sindicalistas, o en los partidos de izquierdas. Todo parecía formar parte un plan macabro con tintes de revolución. El Ministerio de justicia se veía impotente para contener aquel “tsunami” de despropósitos y desorganización que durante treinta años, políticos banqueros y funcionarios codiciosos y ladrones, habían llevado a cabo con la ayuda inestimable de su propio pueblo que ignoraba de donde procedía aquella crisis que comenzó a principios de los ochenta cuando las nuevas políticas decidieron acabar con la clase media y los pequeños comercios que eran a fin de cuentas los que siempre habían creado empleo. El partido conservador, no le iba a la zaga y siempre intentaban recuperar el terreno perdido atacando a la modesta economía de obreros y pensionistas, manipulando los medios de comunicación y destruyendo las políticas de su adversario de izquierdas, éstos hacían lo mismo, de eso se trataba, uno hacia una ley y el otro la revocaba, gastos tras gastos, burocracia y más burocracia, como locos perdidos. Mientras tanto en el mundillo financiero se frotaban las manos y algunos especuladores sobrevolaban como buitres hambrientos, los restos podridos de un sistema mal constituido desde sus inicios qué además estaba comandado por la gente inadecuada. 

La sociedad crea a sus propios monstruos. Todas las organizaciones políticas y sus grupos de presión no eran sino una extensión más de los poderes militares y financieros que era a fin de cuentas los que controlaban un mundo donde la palabra esperanza, sólo era ya una palabra desprovista de significado y ni siquiera una utopía. Grandes hombres y mujeres de gran talento huían del país buscando el sustento bajo las alas de otros países dominantes, donde el desarrollo económico no se resentía y sus sistemas políticos no estaban tan corrompidos o al menos no había constancia de ello.

Don Blas se apostó bajo aquel árbol con sus gafas de visión nocturna preparadas, su pistola y abrigado hasta las cejas, nevaba intensamente, de repente sintió un calor interior desaforado, era como si le hubiese crecido un pelaje protector inmenso que le resguardaba del frio, sus pies parecían haber crecido, sus manos también, como un abominable hombre de las nieves, el odio le recorrió todas las entrañas mientras miraba aquella lujosa mansión, demasiado lujosa y ostentosa para un hombre que a priori solo contaba con un sueldo de funcionario. Sabía a quién pertenecía esa casa de lujo, sabía de dónde salió todo el dinero para construir aquel palacete, sabía, quién era el responsable de que sus facturas no hubiesen sido abonadas, dio unos pasos, ya no le importaba nada y se sentía invencible, el reloj de la torre cercana dio nueve campanadas, un aterrador rugido, “dinamitó” el silencio de la noche nevada, junto a una pestilencia descomunal que invadió la brisa nocturna…
Autor relato: Jorge Ofitas.

Capítulo IV.


La mansión tenía una puerta de servicio junto a una casetilla que se encontraba ubicada en el jardin trasero. Comenzó a nevar en el preciso instante que oyó la sirena de un coche de policía. Levantó la vista hacia la casa y no había luces encendidas, con una llave maestra abrió la cerradura y con un corta frío cortó una cadena que estaba enlazada al enrejado. Su respiración era acelerada y su brío lanzado de agonía y desesperación, parecía un monstruo hambriento de venganza. De repente la luz de una habitación fue encendida, se percató y se ocultó detrás de un árbol del jardín agarrando con fuerza la pistola cargada, debía encontrar la caja fuerte tal y como había planeado minuciosamente, ignoraba que don Indulgencio se encontraba en paradero desconocido y que doña Esperanza Ibarra dormía profundamente, de todas formas pensaba matarlos a todos y llevarse todo aquel dinero negro que el político ocultaba en la casa. Cesó de nevar. La luz de la ventana del piso superior se apagó y siguió su andadura hasta la puerta trasera del edificio. También llevaba una maza para rematarlos a todos en caso de que la pistola fallara.

No solamente se sentía engañado y estafado por el estado, sentía que representaba a todos esos ciudadanos que entregaron su confianza a aquel hombre que los representó durante tantos años y ganó todas las elecciones de los últimos veinte años. La mayoría de personas de la ciudad ignoraban que aquel político que parecía tan solidario en los debates televisivos y en los medios de comunicación comenzó su carrera política cuando en vida del dictador estafaba a todos los obreros que en la sombra buscaban protección y defensión jurídica en don Indulgencio que acababa de terminar la carrera de derecho, el fue uno de los estafados con cinco mil pesetas y nunca más volvió a verlo, ni a sus mil duros tampoco.

Capítulo V.

Quién fuese la persona que bajaba del primer piso huyó como despavorida por el mismo lugar por el que don Blas accedió a la casa. No logró distinguir ni a través de sus gafas nocturnas, de quién podría tratarse, pero supuso que sería algún miembro de la familia que al oír el terrible rugido se asustó sobremanera. Subió jadeando hasta la planta superior, como si llevase dentro de si una jauría de perros desesperados, guardó la pistola y sacó la maza de hierro. La habitación de don Indulgencio estaba al final de un largo pasillo que atravesaba toda la planta, cuando llegó a la habitación conyugal no había nadie acostado en la cama de matrimonio y un desorden inusual lo contrarió, como un loco registró todas las habitaciones y no encontró a nadie ni señales de vida. La mayor sorpresa estaba por llegar, la ansiada caja fuerte estaba abierta y vacía como si alguien ya la hubiese vaciado, solamente encontró en el interior varios sobres gruesos con documentación que no dudo en llevarse. Oyó sonidos de sirenas, por la ventana distinguió los reflejos de las luces de tres coches de policía y dos ambulancias que llegaban por la entrada principal, esto lo puso en alerta y salió velozmente del edificio, marchándose por el jardín trasero, harto contrariado y henchido de desesperación al haber fracasado su plan. Alguien se le había adelantado, sin duda. Pensó mientras regresaba a su casa, paseando por las calles nevadas como un ciudadano normal que sale a respirar el aire de la noche, por suerte la misteriosa mutación había cesado aunque él no lo recordase…

A la mañana siguiente regresó a la oficina, todo su personal se encontraba en sus puestos de trabajo como si nada hubiese pasado. Sus dos jefes le estaban esperando, cariacontecidos, sospechando que aquel sería el último día de trabajo en la oficina. Don Blas se encerró en su despacho sin dar los buenos días, había un paquete sobre la mesa que un mensajero había llevado hacia rato y que su jefe de administración hubo recogido. Leyó el membrete del envío, no sabía de qué podría tratarse y no espera correspondencia para ese día y menos de una empresa privada de mensajería. La noticia de la desaparición de don Indulgencio Cobista y de doña Esperanza Ibarra copaba todas las portadas de los diarios matutinos, al parecer habían huido del país, según algunas especulaciones periodísticas, otros afirmaban que habían sido raptados o asesinados, el ministerio del interior aún no había emitido ningún comunicado. Uno de sus hombres de confianza abrió la puerta del despacho sin avisar, al parecer, dos policías de paisano querían hablar con don Blas.
Autor relato: Jorge Ofitas.


Capítulo VI.

Recibió a los dos agentes sin temor alguno con su habitual rostro pétreo. De todas formas el empresario no recordaba nada de la noche anterior, tampoco tenía nada que temer, aunque había momentos que sentía y visualizaba en su interior pequeños destellos e imágenes de lo que hizo al cruzar aquella verja.

– Buenos días. –
– Buenos días. –
– Aquí tiene nuestras credenciales. 
- ¿En qué puedo ayudarles? 
– ¿Conoce al hombre de esta foto? 
– Si. Es electricista.
 - ¿Qué más puedo decirnos sobre él? 
– Posa cosa. Siempre bebe café por la mañana en el bar de abajo y realiza trabajos muy buenos, pero no le conozco ni he intimado nunca con él, solamente charlas de trabajo. 
- ¿Puedo decirnos que clase de investigaciones realizan aquí? 
– Investigaciones genéticas para obtención de fármacos, con la intención de curar enfermedades como el alzhéimer, cáncer o párkinson u otras enfermedades raras. 
– Bien don Blas, muchas gracias. Coja esta tarjeta, si lo ve llámenos. 
- ¿Qué ha ocurrido agente? 
– Por el momento no podemos decirle nada más. 
– Entiendo, les llamaré si le veo. 
– Muchas gracias…

Pidió café y se encerró en su despacho y abrió aquel paquete que recibió. Sus ojos quedaron como platos cuando comprobó lo que había en el interior de aquella cajita bien empapelada. Era justamente todo el dinero que la administración le debía, ni un euro más ni un euro menos. De repente vio algo en su brazo derecho que le asustó, de su piel salía un pelo blanco grueso de unos veinte centímetros de largo. Se lo cortó con la tijera y lo metió en una bolsita y lo llevó al laboratorio, donde lo entregó personalmente a su jefe de investigación. Seguidamente convocó una reunión para el medio día con todos los jefes de sección y algunos empleados destacados en el campo de la investigación. Aquel dinero llevaba una nota escrita a tramoya que decía así: “Querido Blas. Fui amigo tuyo, íbamos al fútbol juntos y eres el padrino de uno de mis hijos. Ahora habrás perdido parte de tu memoria, pero la recuperarás. Yo no volveré. Aquí tienes el dinero que te debía las administraciones del estado, en la caja te dejé unos documentos para que los leyeras y estudiaras, pero ten cuidado con tu poder. Un amigo”

¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué amigo era ese? ¿De qué documentos hablaba? Poder. ¿Qué poder? Lo último que recordaba del día anterior es que dijo a su mujer e hijos que saldría un rato a tomar el fresco. Abrió la caja fuerte de su despacho y metió en su interior todo aquel dinero inesperado en billetes de quinientos euros, sin usar, en total, unos tres millones. Cogió unos diez billetes y los fue pasando por un comprobador de billetes que le confirmó que eran buenos. Antes de cerrar la caja vio un sobre grueso con documentos, que no le resultaba familiar, lo sacó y cerró la caja…

Capítulo VII.

Don Blas caviló largo rato sobre todo aquel dinero “llovido del cielo” y, decidió no tocarlo. Ojeó los periódicos del día, la situación económica del país era cada vez más lamentable, comentaban los analistas políticos de los distintos diarios matutinos y él se encontraba ahora en una extraña situación. El jefe de investigaciones celulares le llamó a su despacho para que se acercara hasta el laboratorio, sin embargo, él, comenzó a ojear todos aquellos documentos comprometedores que extrajo de la caja fuerte de don Indulgencio. Aquellos papeles contenían nombres de políticos con cuentas numeradas en paraísos fiscales, también había funcionarios de menor rango que de alguna u otra manera habían sido sobornados, pero, se preguntaba, quién estaría detrás del robo de la noche anterior y del posible rapto de don Indulgencio, doña Esperanza Ibarra y sus hijos. De repente sintió un profundo ardor en su pecho, se abrió la camisa y contempló horrorizado como otros pelos gruesos y blancos le habían brotado en el pecho, empezó a estremecerse, algunos de sus dientes le estaban creciendo y un temblor inusitado le provocó un desmayo. Cuando despertó era ya de noche y se encontraba tirado entre los árboles del frondoso parque de la ciudad, tenía sus ojos inyectados en sangre y expulsaba espuma por la boca, bramaba al cielo, a pocos metros de allí se encontraba la casa de otro político, el nombre de este figuraba en los documentos que hubo ojeado en la mañana. Se dirigió hasta el palacete situado en la urbanización “el clarinete de oro”, con la intención de entrar en la casa y machacar con sus garras y la maza, a toda la familia y al propio político, se sentía un vengador del pueblo. Pero. ¿Cómo había llegado hasta allí? Y lo más importante. ¿Qué le producía aquella horrible mutación? Don Blas ya no sabía quién era, la lectura de aquellos documentos aceleraron la mutación y no recordaba lo que había hecho desde la mañana a la noche, tenía sus garras manchadas de sangre y medía más de tres metros…

Capítulo VIII.

Podía oír el sonido de las risas y las conversaciones, que provenía del palacete próximo a su ubicación. Rugió casi en silencio. Recordó en su alucinación mutante, a un amigo que se suicidó porque perdió el negocio y todo lo que tenía, debido a las facturas que aquel político de la consejería de empleo, dejó a deber a todos aquellos proveedores de recursos humanos. Se incorporó y con la agilidad de seis dragones excelsos se coló dentro del lujoso caserón, hasta llegar a una de las habitaciones contiguas que lindaban con el gran comedor. Dio un bramido aterrador y todos los comensales quedaron en silencio. Dos perros mimados y pequeños huyeron a toda prisa de allí, como los gatos y todos los seres vivientes animales de la zona, huyeron a esconderse despavoridos. Era la casa de don Manuel de la Bodega y su esposa, doña Priscila Luna, políticos influyentes en activo, pero que habían dejado la política por un tiempo, sus invitados, banqueros, otros políticos y algún empresario potente de la zona. Partió la puerta con un leve codazo y rugió con tal bestialidad que volaron algunas copas de cristal de bohemia hasta estallar contra las paredes, lo que ocurrió luego cubrió las portadas de los periódicos del día siguiente. Quedaron todos desmembrados y destrozados, un riachuelo de sangre llegaba hasta uno de los desagües del jardín de la casa.

A la mañana siguiente don Blas ojeaba en la cafetería de los bajos de su oficina, el diario de la mañana, le preguntaba al camarero, quién podría haber hecho una cosa así.

– Era de esperar. Ha sido mucho el dinero que ha desaparecido. No cree. ¿Don Blas?... Ha sido mucho el dinero que ha desaparecido, demasiados pobres, niños hambrientos, 50 por ciento de paro, desahucios y mejor parar de contar, se lo tenían merecido. ¿No cree don Blas?...
– ¿No habrá sido usted tasquero?...
– No creo, don Blas, anoche mi mujer me tenía atado, ja, ja, ji, jo, ja…

Capítulo IX

El jefe de investigaciones celulares de sus laboratorios de investigación avanzada lo estaba esperando en la salita de espera de su despacho, el rostro del investigador denotaba preocupación, como si algo grave ocurriera.

– Buenos días, Albert. Siento lo de ayer, estaba leyendo unos documentos muy importantes. ¿Traes lo qué te pedí?
– Sí. Pasemos dentro.
– ¿Qué ocurre? Te noto petrificado.
– Ayer la policía encontró un pelo igual a este cerca del bosque donde han aparecido desmembrados, indulgencio cobista, esperanza Ibarra y su hijo el universitario, se puede afirmar, ha dicho la policía qué algo o alguien los ha devorado. ¿De dónde sacó este pelo?
– Lo encontré cerca del parque que hay al lado de mi domicilio.
– Pues, alguien de aquí, ha estado manipulando nuestras muestras biológicas, es decir, ahí fuera hay un monstruo horrible que hemos creado nosotros y esto no es todo. Dos pelos más han aparecido en la mansión donde anoche tuvo lugar aquel horror, tan pavoroso, que hasta el ministerio del interior ha censurado las fotografías, ningún periodista pudo acceder a la zona. Sin embargo, un familiar mío me ha pasado algunas copias de las fotos que hizo el forense, fíjese la dentellada que tiene este hombre en el tórax, se puede decir que le arrancaron el pecho de un bocado. En esta otra, los huesos de los brazos están como chupados, las vísceras troceadas y ninguno de los cadáveres tiene ojos, se los quitaron o se los comieron, creo que debemos abrir una seria investigación interna, la policía tarde o temprano descubrirá algo y entonces seremos los principales sospechosos. Es curioso, todos los asesinados son políticos, ex políticos y sus familiares. También hay financieros, actores y actrices, un director de cine, dos directores de televisión y los dueños de tres periódicos y hay más... No tengo ni idea lo que esa bestia pretende, hay que encontrarla, don Blas, ¿se encuentra bien?

Don Blas dio la espalda a su empleado y miró a través de la cristalera de la ventana de su despacho. Intentaba mantener la calma para asimilar aquella monstruosidad qué albergaba dentro de sí. ¿Pero, cómo llegó hasta él? Sin duda alguien debió verter unas gotas de aquel grimorio maldito en una de sus copas o cafés, pues no tenía por costumbre entrar en los laboratorio y mucho menos manipular nada. 

Comenzaba a sospechar algo muy extraño sobre sí mismo. Él, que siempre había sido un hombre pacífico y honesto, intuía podía estar relacionado directamente algo con todas aquellas muertes horrendas, pero no recordaba nada tras los mareos y no encontraba evidencias probatorias de que el autor de aquellas carnicerías caníbales fuera él mismo. Decidió visitar a un amigo detective privado y contratar sus servicios y qué le vigilara de día y de noche. Mandaría a su familia a Cádiz, donde poseía una casita en el centro de la tacita de plata intramuros, él se quedaría en Barcelona hasta solucionar aquel espinoso asunto. 

Dos horas después de hablar con la policía cogió su potente vehículo y llevó a su mujer y a su pequeña a Cádiz por la autopista de Andalucía. Cuando llegó a la capital gaditana, se despidió de su hija, su mujer le acompañó a la calle y justo antes de arrancar el coche, su esposa se le acercó y le espetó:

– Quiero el divorcio. Me conformo con la custodia de la niña y esta casa, no quiero ni deseo regresar a Madrid, prefiero Barcelona. Madrid está podrido... 
– No me lo esperaba y menos ahora que estoy pasando por una delicada situación.
– Otra cosa, ve al médico. Ayer después de ducharte encontré estos pelos en la bañera. ¿Son tuyos? Porque no pueden ser de nadie más.
– Te daré lo que me pidas, pero no digas nada de estos pelos, son parte de una investigación que llevamos a cabo en el laboratorio, no sé cómo pudieron acabar en la bañera, la niña los sacaría de la bolsita donde los tenía guardados para que Albert los analizara.
– Espero que nuestra hijita no se vea contagiada por alguna de esas porquerías qué creáis allí. Mañana quiero una contestación en firme, adiós Blas, espero no volver a verte y dúchate que últimamente hueles muy raro, das asco. ¿A qué apestas, Blas?

Continuará... 
(Novela concluida en standbye) 



Autor Novela: Jorge Ofitas.
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