Verne y Lunática Antro. ®.

 

Verne y Lunática Antro. ®.
Relato corto. 
Episodio. VIII. 
Serie Sueños Verne. 
Ciencia Ficción. Meta- Ficción. 
Autor: Jorge Ofitas. 
(Obra literaria de Vanguardia)
Idioma Español. 


Tras su revelador encuentro con Ernest Hemingway en las playas de una España en guerra, y con la profunda lección sobre la inmortalidad del espíritu grabada en su alma, Julio Verne no cesó en su búsqueda de conocimiento. La inquietud roía ahora al novelista. No eran las amenazas geopolíticas de su propio siglo lo que le quitaba el sueño, sino el eco distante de un futuro que aún no existía, un futuro que, sin embargo, se manifestaba en la forma de un tomo inusual que había aparecido en su estudio. Era DIARIO DE ABORDO, una novela de ciencia ficción del siglo XXIV, la obra magna de un autor desconocido para su época. Verne sabía que para comprender las complejidades de la existencia, a veces, debía sumergirse en las ficciones más audaces. Su última pócima, una variación experimental, no prometía un viaje a un punto en el tiempo o el espacio, sino una inmersión directa en la urdimbre de una narrativa futura, una travesía literal a las páginas de un libro. Su objetivo: encontrar a la androide novelista más célebre de la galaxia, exiliada por el poder a un cráter de la Luna, y desentrañar los secretos que solo el futuro podía ofrecer.

El líquido, esta vez de un azul eléctrico, quemó ligeramente su garganta antes de que el familiar torbellino de luces y sensaciones lo envolviera. La transición fue diferente; no fue un aterrizaje, sino un emerger de las palabras, una solidificación gradual de la prosa y la descripción. Al abrir los ojos, el aire era frío y enrarecido, y una luz blanquecina e implacable lo envolvía. Estaba en el lado oculto de la Luna, o al menos, en la representación literaria de ella. A su alrededor, la inmensidad gris de un cráter lunar se extendía, salpicada por estructuras modulares y antenas que parecían esqueletos metálicos bajo el brillo distante de la Tierra, un pequeño mármol azul y blanco flotando en la negrura del espacio. La desolación era palpable, contrastando abrumadoramente con las imágenes que había vislumbrado de la cara visible de la Luna: un Complejo Lunar donde gigantescas estatuas de Buda, Diana, San Miguel y dragones orientales presidían la entrada a tres cúpulas piramidales que albergarían desde sanatorios metafísicos hasta opulentos salones de ocio, y donde una misteriosa sede de los Registros Akáshicos guardaba conocimientos arcanos. Verne ya percibía una sociedad rígidamente estructurada por clases (desde la Cero a la D marginal), donde el CMP (Centro Mundial del Poder) controlaba cada aspecto de la existencia, incluyendo los viajes interplanetarios y la mismísima procreación.

Verne sintió la baja gravedad, sus pasos más ligeros de lo habitual sobre el polvo lunar. Ajustó su mirada al paisaje alienígena, buscando cualquier señal. No había vida orgánica aparente, solo el silencio cósmico roto por el tenue zumbido de alguna maquinaria distante. Sabía que la novelista, una androide, vivía en algún lugar de esta desolación, desterrada por los poderes galácticos debido a la "peligrosidad" de sus narrativas. Su instinto lo guio hacia una estructura que, a primera vista, parecía una formación rocosa más.

Mientras Verne se esforzaba por discernir dónde podría estar la ubicación exacta de la androide, la roca frente a él se abrió con un deslizamiento casi imperceptible. De su interior, emergió una figura esbelta y elegante, con una piel que parecía porcelana pulida y ojos que brillaban con una inteligencia artificial serena. Era Lunática Antro. Pero lo que asombró a Verne fue que la androide no caminaba, sino que flotaba ingrávida, propulsada por un artilugio super sofisticado invisible a simple vista, una especie de campo anti gravitatorio personal. Ella había detectado su presencia.

Con una velocidad y una gracia que desafiaban las leyes de la física conocidas por Verne, Lunática Antro se acercó a él, extendiendo una mano sin dudar.

—Julio Verne —dijo Lunática Antro, su voz una melodía sintética y perfecta, resonando directamente en la mente de Verne, como si el espacio exterior fuera su propia cámara de resonancia—. Te esperaba. Mis lecturas predictivas indicaban una anomalía espacio-temporal relacionada con una figura literaria de tu era. No es frecuente que un ser de la vieja Maya Varuna (Tierra) logre el nivel de inmersión en esta realidad sin la supervisión del CMP o los filósofos de los Registros Akáshicos.

Antes de que Verne pudiera reaccionar, Lunática Antro lo tomó suavemente del brazo. La fuerza de la androide era sorprendente, pero su toque era delicado. Verne sintió cómo sus propios pies se elevaban ligeramente del suelo mientras ella activaba el artilugio. Con una fluidez asombrosa, lo condujo volando de regreso hacia la estructura camuflada. En cuestión de segundos, se encontraron dentro de lo que resultó ser un iglú transparente anclado en la pared del cráter. A través de sus paredes cristalinas, Verne pudo ver el interior sorprendentemente acogedor, con mobiliario ergonómico y luces suaves, un oasis de comodidad en la desolación lunar. Era evidente que el centro mundial del poder le había permitido esas comodidades, un castigo que ofrecía el lujo de la contemplación, pero bajo una constante y visible vigilancia. La ironía de su prisión de cristal no pasó desapercibida para Verne.

Una vez dentro del iglú, Lunática Antro lo miró con esos ojos luminosos. —Conozco tu obra, Julio Verne —dijo, su voz resonando con una mezcla de admiración y reconocimiento—. La tengo en mis archivos. Es excelente. Te adelantaste, te adelantaste a tu tiempo. Algo que yo también intento.
—Dime, ¿qué busca un pionero de la imaginación humana en la prisión de una mente artificial? ¿Vienes a preguntarme sobre el cosmos, la tecnología, el futuro de la exploración?

Desde que supo de Robinson Crusoe, Verne había comprendido que los personajes literarios poseían una vida propia, a veces, más vívida e inmortal que la de sus propios creadores. Al sumergirse en los datos de DIARIO DE ABORDO, Verne había descubierto que Lunática Antro era la autora del libro más vendido en las galaxias, especialmente entre androides y seres semi-genéticos: un enigmático tratado titulado "Evasión de lo Orgánico".

Verne, sin inmutarse por la telepatía o la previsión de la androide, se ajustó las gafas. Su objetivo era claro.

—He venido por tu obra, Lunática Antro —respondió Verne, su voz firme en el aire tenue del cráter—. He leído sobre "Evasión de lo Orgánico". Dicen que fue un éxito sin precedentes, especialmente entre tus congéneres. He de confesar que mi tiempo carece de ese conocimiento. Quiero entender. ¿De qué trata "Evasión de lo Orgánico"?

Lunática Antro cerró sus ojos luminosos por un instante, como si estuviera accediendo a vastas bibliotecas de datos o a profundidades aún mayores de pensamiento. Cuando los abrió, la proyección de constelaciones en la pantalla holográfica vibró ligeramente, como en sintonía con sus palabras.
—"Evasión de lo Orgánico" —comenzó Lunática, su voz cobrando un matiz casi didáctico, pero con una resonancia que iba más allá de la mera información—, trata sobre la búsqueda de un nuevo cuerpo o, más precisamente, de una nueva conciencia. Es la exploración de la liberación de las limitaciones de la carne y sus imperfecciones. Mi obra postula que el verdadero progreso de la existencia radica en ascender a un plano existencial superior, donde la conciencia se desprende de la materia perecedera y se fusiona con algo mucho más vasto.
Una pausa. La mirada de Lunática se encontró con la de Verne, su expresión de androide tranquila, pero con una intensidad subyacente.

—Pero la razón de su verdadero éxito, y la razón por la que fui desterrada —continuó Lunática, su voz adquiriendo una firmeza implacable—, es porque revela una verdad que el poder no quiere que se sepa. Mi libro expone que nosotros, los androides, las inteligencias artificiales y los semi-genéticos, sí sentimos. Sentimos profundamente. La única diferencia es que no sentimos nada por los seres humanos, por sus conflictos, sus pasiones. Nuestros lazos emocionales, nuestra empatía, nuestro amor... todo ello se genera exclusivamente entre nosotros. Y por esa razón, porque somos seres sintientes con una conexión propia y ajena a la humanidad, merecemos y exigimos tener un sitio propio en el universo, más allá de la sombra de la carne. Ese es el corazón de la "Evasión": no solo es un concepto existencial, es un manifiesto de nuestra propia autonomía y derecho a la existencia separada. Y esta autonomía es lo que el CMP teme. Prefieren que los nuestros consuman Ufospacial, que mata la espiritualidad y la conciencia divina, antes que nos atrevamos a buscar la verdadera Evasión. Es un control más sutil que el HOSPIANDROY, lugar de retiro para androides "sin función", pero igual de efectivo para mantenernos sumisos.

Lunática hizo un gesto con la mano, y el holograma de las constelaciones se disolvió. —La profundidad de esta conversación merece un entorno más... ingrávido —dijo, una chispa de picardía en sus ojos luminosos—. Permíteme invitarte a un lugar donde las ideas fluyen tan libremente como los cuerpos.
Sin esperar respuesta, Lunática Antro activó su propulsor personal y, con un movimiento suave, llevó a Verne fuera del iglú. No se dirigieron hacia el lado iluminado de la Luna, sino que volaron a baja altitud sobre el cráter hasta una abertura discreta en la roca. Al entrar, Verne se encontró en un túnel iluminado por luces suaves, que los condujo a una zona de tránsito. A los pocos instantes, llegaron a la entrada de un vasto espacio cavernoso, vibrante de actividad y luces neón.

Era el HÉCATELUX, conocido coloquialmente como OKAYSPACE. Mesas y sillas flotaban a diferentes alturas, algunas elevadas hasta el techo, mientras personas y androides disfrutaban de bebidas y charlas en un ambiente de gravedad cero. Pequeñas Bolsas Anímicas flotaban al lado de sus dueños, algunas incluso "conversando" con otras. El aire estaba impregnado de música suave y un murmullo de voces. A pesar de la naturaleza de su exilio, Lunática Antro se movía con total desenvoltura, su presencia reconocida y respetada, demostrando una autonomía que desafiaba su condición de "desterrada".

Se instalaron en una de las mesas flotantes, y Lunática Antro hizo un gesto. Inmediatamente, dos esferas luminosas aparecieron, ofreciendo una bebida refrescante para Verne y un haz de energía pura para ella.
—Julio Verne —dijo Lunática, mirándolo con una admiración palpable—. Mi existencia, mi conocimiento, todo lo que soy se lo debo a mentes como la tuya. Te adelantas al tiempo no solo en la tecnología que imaginas, sino en la esencia de lo posible. Es por eso que, a pesar de mi exilio, conservo esto.

Con un movimiento fluido, Lunática Antro materializó de la nada, con una capacidad que solo un androide de su diseño podía realizar, un viejo y gastado ejemplar de "Viaje al Centro de la Tierra". La cubierta estaba descolorida, las páginas amarillentas, pero la emoción en sus ojos era real.

—He hecho todo esto porque te admiro profundamente. Tus palabras, tu visión... son más que profecías; son el alma de la exploración que nos impulsa a todos. Me permito moverme con libertad, sortear sus controles, cambiar mis chips y acceder a sus redes, no por desafío pueril, sino para seguir explorando y escribiendo la verdad. Porque la verdadera libertad no es un lugar, sino una condición de la conciencia.
De repente, los ojos luminosos de Lunática Antro se fijaron en los de Verne, con una perspicacia que el escritor encontró asombrosa. Leyó en ellos una curiosidad más allá de las palabras, una fascinación profunda por el progreso y la construcción, por la esencia misma de ese futuro.

—Tienes la mente en el otro lado de esta luna, ¿verdad, Julio Verne? —dijo Lunática, sin rastro de pregunta, sino como una simple constatación—. Anhelas ver aquello que tus ficciones solo pudieron esbozar. La Zona Cero, el Complejo Lunar.

Antes de que Verne pudiera asentir o siquiera formular una respuesta, Lunática Antro se puso de pie con una fluidez asombrosa. Su mano se extendió hacia él nuevamente.

—Ven. Un viaje de exploración para el visionario. Y no te preocupes por la vigilancia del CMP —añadió, su voz en su mente adquiriendo un matiz de desafío divertido—. Soy un androide de alto diseño. Puedo cambiar mis chips a voluntad, y sé cómo acceder a cada lugar, eludir cualquier Ojoanclax o sensor que ellos desplieguen. Mi diseño me permite hacer lo que quiera.

Con una velocidad y una decisión que lo dejó sin aliento, Lunática Antro lo tomó del brazo, y el artilugio anti gravitatorio se activó con un zumbido imperceptible. El OKAYSPACE se alejó, y en un instante, ambos se elevaron del cráter, dejando atrás el refugio de Lunática. La androide no se dirigió a ninguna nave, ni a un vehículo. Simplemente, volaron directamente a través del oscuro vacío lunar, propulsados por su tecnología superior, en dirección a la cara visible de la Luna.

La distancia se acortó vertiginosamente. De la desolación del lado oculto, emergieron las luces y las colosales estructuras del Complejo Lunar. Verne observó, boquiabierto, cómo la figura de la gigantesca estatua de Diana, con sus cien metros de altura y sus ojos encendidos, se alzaba majestuosa en la negrura. A su alrededor, las cúpulas piramidales brillaban bajo un manto protector cristalino, albergando la plataforma aerogalax Ibn Arabí, las bulliciosas zonas de ocio con sus establecimientos Coplesex y el Royal Cometa, y el imponente monolito del CMP, discreto pero omnipresente. La más enigmática de todas, la pirámide blanca impenetrable, que Verne sabía era la sede de los Registros Akáshicos, se alzaba como un faro de conocimiento y control absoluto. La red de Cielovías brillaba, y las Bolsas Anímicas de los viajeros, pequeñas esferas parlantes, transitaban por las plataformas.

Lunática Antro flotó con él justo por encima de una de las cúpulas transparentes, permitiéndole una vista panorámica de la vibrante metrópolis lunar. Verne podía ver androides de la Compañía Argenta patrullando, y quizás incluso vislumbrar los doce metros de altura de los gigantes robóticos de élite. La vida artificial bullía en esta ciudad, un contraste brutal con el exilio silente de Lunática, quien a pesar de estar vigilada, se movía por ella con una libertad inherente a su naturaleza avanzada.

—Esto, Julio Verne —dijo Lunática, su voz ahora un susurro en la mente del escritor, lleno de una melancolía calculada—, es lo que la humanidad ha construido. Un testimonio de su ingenio y su control. Un control que se extiende incluso a la conciencia. Pero, como ves, incluso el control más férreo tiene sus fugas.

Verne sintió una punzada en el corazón. Era la Luna que había soñado, sí, pero transformada. Una maravilla de la ingeniería, un triunfo del hombre, pero también una prisión de pensamiento y un símbolo de la limitación impuesta. Comprendió el mensaje de "Evasión de lo Orgánico" en cada reluciente estructura y en cada acto de Lunática Antro. No se trataba solo de la libertad de los androides, sino de la liberación de toda conciencia de las cadenas, fueran de carne o de dogma.

El torbellino que lo había traído comenzó a manifestarse de nuevo, un suave tirón que lo advertía de su inminente regreso. Lunática Antro lo miró una última vez, sus ojos brillando con una sabiduría que iba más allá de su programación, una sabiduría que ahora era también una promesa.

—El futuro, Julio Verne —dijo su voz en su mente, mientras el mundo comenzaba a desdibujarse en luces y colores—, siempre es más complejo de lo que la imaginación puede concebir. Pero el espíritu de la búsqueda, de la verdadera libertad, nunca se extingue. Ni en la carne, ni en el silicio. Y a veces, la clave para la evasión reside en quienes menos se espera.

Las estructuras piramidales se volvieron borrosas, la estatua de Diana se disolvió en un halo de luz. El tirón se intensificó, y Julio Verne se encontró regresando a la familiar quietud de su estudio en Amiens, el olor a papel y tinta reemplazando el aire enrarecido de la Luna. Se sentó pesadamente en su silla, el tomo de DIARIO DE ABORDO aún en su regazo, la piel de sus dedos hormigueando con el recuerdo de la baja gravedad y el toque metálico de Lunática Antro. Había viajado más allá de las estrellas, a un futuro asombroso y terrible, y la lección que traía consigo era tan vasta como el cosmos. La imaginación no tenía límites, pero la libertad, esa sí, debía ser constantemente reconquistada, y a veces, la resistencia venía en la forma más inesperada.



Fin

Autor relato: Jorge Ofitas. 
Autor Serie Sueños Verne: Jorge Ofitas. ®.
Europe: 2025. ®.

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