Misaki, el sol. ®.(Microcuento)
Misaki era un poeta que vivía solo, apartado del mundo, pero dentro de la ciudad. Cuando salía a pasear, sentía que caminaba por sitios extraños. El mundo cada vez se le parecía más distante. Las personas eran espectros que se movían sin rumbo, sus voces, ecos de una lengua olvidada. Él, en cambio, era una isla flotando en un mar de asfalto y hormigón. Sus palabras, los únicos faros que lo guiaban.
Misaki, a pesar de los graves problemas que tenía por su condición de poeta y, otros que surgieron posteriormente, nunca había perdido el ánimo para esbozar un verso. Cada desafío era un río de tinta que fluía hacia su pluma. Las noches de insomnio eran el lienzo en blanco para estrofas cargadas de melancolía. La tristeza, un pincel que coloreaba sus metáforas con tonos grises.
Una mañana, con falta de ánimo pero con mucha fuerza de voluntad, se fue a la playa a pasear. Eran finales de verano. La marea estaba subiendo, pero aún quedaba espacio para pasear cerca de la orilla, donde Misaki metió sus pies y, no sin antes arrodillarse, mojó sus manos como un homenaje sacro a la mar.
Misaki siguió paseando. Había poca gente en la playa, pues era muy temprano y a él siempre le había gustado madrugar. Siguió andando con el agua por los tobillos, observando lo que quedaba del paisaje que él, en otros tiempos, contemplaba de otra manera.
Misaki vio la luz, los reflejos del sol en el mar, las olas pequeñas. Y de pronto se dio cuenta, o llegó a la conclusión, de que él ya no pertenecía a ese mundo. A pesar de que Misaki se crio entre mares y sus antepasados estaban relacionados con el mar, Misaki sentía que estaba a punto de irse. Latía con los rayos del sol.
Se sentó en la orilla y mojó de nuevo sus manos. Hizo un gesto sagrado y un rayo de sol entró por entero en su cuerpo. Misaki desapareció y el sol se convirtió en un verso.
FIN
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