Verne buscando a Lao Tse. ®.


Verne buscando a Lao Tse. ®. 
Episodio. X. 
Serie Sueños Verne. ®.
Relato místico metafísico. 
Ciencia Ficción. Metaficción. Filosófico. 
Autor: Jorge Ofitas. ®.

Introducción: 

Verne buscando a Lao Tse es un relato profundamente místico y filosófico que invita a la reflexión. Julio Verne, insatisfecho con las respuestas del mundo material, se lanza a una aventura espiritual que lo conduce hasta la fuente de la sabiduría taoísta. Un viaje que no solo lo acerca a Lao Tse, sino también a una comprensión más profunda de sí mismo y del universo.


Verne tomó su pócima creyendo que aparecería en el antiguo Pekín y donde apareció fue en un campo anaranjado lleno de melocotoneros donde un hombre meditaba entre dos árboles. 

Verne estuvo paseando entre la plantación silvestre de melocotón y dejando al hombre meditar por su cuenta. El meditador bajó del árbol sin que Verne se percatara y cuando se acercó a Verne le sonrió con tanta dulzura y profundidad que Verne se volvió blanco y negro. El viejo se alejó por un caminito de Verne, andando con su humildad característica, y lo fue dejando solo mientras la noche caía y Verne le dijo que no lo dejara solo en aquel páramo de melocotoneros. Pero el viejo ni siquiera contestó, siguió andando y andando sin decir nada hasta que dijo: "Mañana te veré". Entonces, al caer la noche, distinguió un pequeño fuego entre un abrupto de piedras y unos naranjos silvestres, y entonces fue hacia el fuego y conoció a Ying. Verne, para su sorpresa, descubrió que podía hablar chino con fluidez, un don inesperado de la pócima. 

Se encontraba en una parte de China muy remota y antigua. Ying, con un gesto amable, le invitó a acercarse al fuego. Ying le dijo que no temiera, que ella lo protegerá de todos los males de la noche, ya que ella era una Ying pura y podía dominar a las bestias salvajes y las fuerzas oscuras. Ante los ojos asombrados de Verne, diversas criaturas de la noche emergieron de la penumbra: tigres de ojos brillantes, osos imponentes, serpientes siseantes, lobos sigilosos y gatos de mirada felina. Todas se aproximaban a Ying con reverencia, lamiendo sus manos con una docilidad que desafiaba la naturaleza salvaje. 

Primero, la mujer le ofreció melocotones y otras frutas, con las bestias aún a su lado. Verne, sin temor alguno, pues sentía una gran calma y una paz profunda, y sabía que aquellas criaturas estaban dominadas, le preguntó entonces a la mujer: "¿Siempre va usted vestida de negro?". Ella respondió: "Sí, siempre voy vestida de negro y mi látigo es dorado". Ying, con un gesto de urgencia, le informó a Verne que debía marcharse, pues el amanecer se acercaba y con él, la llegada de Yang. Dicho esto, desapareció en la oscuridad de la noche. Con las primeras claritas del día, y una vez que la mujer se marchó, Verne vio sorprendentemente cómo por el mismo caminito por donde se había ido el viejo, apareció ahora un hombre oriental. Era Yang, el dueño de los campos de arroz que se extendían cerca de los melocotoneros. Verne se interpuso en el camino de Yang y, sin rodeos, le preguntó: "¿Por qué se ha ido Ying tan despavorida?". Yang no contestó: "Ying no se ha ido despavorida, solo que la luz del sol intensa la molesta, y a mí me molesta la noche". Luego, Yang se dirigió a Verne: "¿Qué haces tú por aquí, extraño viajero del tiempo?". Verne respondió: "Solo busco a Lao Tse, conocido como El Viejo o El Niño". 

Verne, tras su respuesta, caminó hacia Yang, quien se dirigía a sus plantaciones de arroz. Yang se detuvo, observándolo con una mezcla de curiosidad y autoridad, y le preguntó: "¿Qué quieres de mí, Verne? ¿Qué haces por estos contornos tan lejanos?". Verne, sin dudar, respondió: "Vengo desde tan lejos para buscar e intentar hablar con el viejo que me han dicho que anda por este multiverso, ¿puedes orientarme?". Verne continuó explicando: "Al llegar aquí ayer, vi a un viejo meditando entre dos ramas de un árbol milenario, y luego desapareció por el camino diciéndome que hoy volvería". Yang, con una expresión enigmática, le dijo: "Si ves a ese viejo, Verne, no es el viejo que vemos todos". Verne asintió, aún visiblemente afectado. "Comprendo lo que quieres decirme", dijo, "pero todavía estoy pintado de blanco y de negro desde que él me miró". Yang, al escuchar esto, empezó a sonreír abiertamente a carcajadas. Yang, con la risa aún en los labios, le dijo a Verne: "El viejo que traes contigo no es el viejo que habita estos parajes". Y Yang añadió: "Debo marcharme, me espera mi arroz y mi día de trabajo. Ya verás a Ying allí cuando caiga la tarde. ¡Adiós!". Sobre el mediodía, apareció el viejo del día anterior, tal como había prometido. Sin decir palabra, el viejo se sentó junto a Verne entre los melocotoneros, bajo el sol del mediodía. Verne, con un respeto que apenas le permitía alzar la voz, le dijo: "Maestro, sé que el silencio es su más preciado compañero y que las palabras a menudo lo perturban. Sin embargo, he venido de muy lejos, de mundos distantes, con la imperiosa necesidad de plantearle algunas cuestiones". El viejo, con una voz serena y profunda, respondió: "El Tao que se dice no es el Tao". Verne, sin inmutarse por la enigmática respuesta, continuó: "Maestro, ya sé que el universo es inestable y que las formas y los vestidos cambian, pero después de eso, con la iluminación y la meditación, ¿Qué debemos esperar?". El viejo maestro, con una mirada penetrante, contestó a Verne: "¿Crees que todo el mundo puede atravesar siglos y milenios para conocerme a mí, que quizás nunca haya existido?". Acto seguido, el viejo maestro se levantó para marcharse y le dijo a Verne: "Mañana volveré, gran viajero".

Cuando el sol comenzó a decaer, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, Verne se dirigió hacia la pequeña gruta rodeada de melocotoneros, buscando a Ying. No la veía, pero escuchó su voz y una sombra se movía en la penumbra. Ella cantaba con un viejo instrumento, una melodía que penetraba el alma, llenando el aire con una belleza melancólica y profunda. Verne comió algo de lo que le quedaba y se pasó varias horas escuchando su música y su voz, viendo solo una sombra luminosa, sin que ella se mostrara en cuerpo físico. Con la música y la voz de Ying aún de fondo, de pronto, el viejo apareció al lado del fuego, y Ying desapareció. El viejo, con el fuego reflejado en sus ojos, miró a Verne y dijo: "Cuando se reconoce lo bello como bello, aparece la fealdad". Verne no dijo nada. Con el primer rayo de sol que se filtró entre los árboles, el viejo desapareció, el fuego se extinguió, y de nuevo se escucharon los pasos de Yang por el camino, dirigiéndose hacia sus plantaciones de arroz. Verne se dirigió hacia el camino, pero Yang no estaba allí. En su lugar, vio al mismo viejo que había encontrado a su llegada por primera vez, meditando de nuevo sobre un árbol. Decidido a volver a su tiempo, Verne se paró frente al árbol y exclamó: "No sé si eres el viejo que buscaba, pero serás el viejo del que escriba". Verne, con la voz cargada de determinación, concluyó: "Te haré una pregunta antes de irme". Mirando al viejo en el árbol, Verne inquirió: "Maestro, ¿puede usted, sin decirme o sintetizarme, qué es el Tao?". De repente, empezó a llover muy, muy copiosamente entre los melocotoneros y los campos de arroz. Y, para asombro de Verne, el viejo apareció de nuevo en el árbol, pero no estaba solo: a su derecha estaba Ying y a su izquierda estaba Yang. Los tres reían. Verne, entonces, tomó su pócima y se marchó a su tiempo, lleno de luz y de conocimiento.




Fin

Autor relato: Jorge Ofitas. ®. 
Autor: Serie Sueños Verne: Jorge Ofitas. ®. 
Europe. 2025. ®

Comentarios

Entradas populares